Hace justamente veinticinco años escribí en La Gaceta acerca de los "síntomas de que el verdadero cambio no va en la dirección de los solemnes enunciados ideológicos del liberalismo ni del socialismo. Entre tales síntomas, el más reciente ?decía? es el del reiterado fracaso de los programas y las figuras políticas 'tradicionales'." Y añadía: "Artistas, profesores de Universidad, intelectuales y hasta amas de casa no comprometidos con las grandes internacionales ideológicas y cuya actividad política ha sido las más de las veces de resistencia, acceden al primer plano de responsabilidad en sus respectivos países." (1)
Dos años más tarde, en 1992, abordaba en El Adelanto otro aspecto de las novedades que ya apuntaban en diversos países, principalmente del denominado Tercer Mundo: "Este movimiento de política no convencional es una ola planetaria empujada por una parte de los pueblos que se ven amenazados de ruina. No se trata de algo consciente sino de una sensación colectiva muy difusa que dispara los resortes del instinto de conservación. A este mismo móvil responden el retorno a las raíces seculares, los nacionalismos y el ecologismo creciente". (2)
Me equivoqué al interpretar aquellos síntomas como el posible final del dirigismo doctrinario. Porque en el último cuarto de siglo el fenómeno se ha ido radicalizando debido, a mi parecer, a dos causas:
La primera, que la comunicación social en cualquiera de sus variantes (el periodismo, la publicidad, las relaciones públicas...) ha quedado reducida a mera propaganda política. Con ella como ariete, el intento de torcer la naturaleza humana a conveniencia de las ideologías ?la ingeniería social? es más activa que nunca. Y no sólo en Corea del Norte. Un fenómeno particularmente acusado en España es la influencia de la imaginería audiovisual, los personajes electrónicos y las redes sociales, capaces de elevar a la categoría de líderes a individuos y colectivos mediocres y a frikis carentes de fundamento. Cómo será de eficaz el virus de la propaganda, que numerosas personas no sólo las asumen sino que sacrifican la vida por ideas delirantes convertidas en dogmas.
Otro factor determinante es el deterioro de la educación, con la anulación progresiva de la excelencia y el mérito. "Así como en los estados marxistas la ingeniería social iba de la mano con la corrupción financiera del tipo más estridente, la misma conjunción se manifestaba en las universidades norteamericanas más progresistas", afirma Paul Johnson en Tiempos modernos.
Y mantengo lo que dije por escrito en 1990: "Hace mucho tiempo que en la política sobran los mitos y los mesianismos. Los que todavía brotan, con extraordinaria intensidad, por cierto, tienen como paradójicos objetivos el desmontar desde dentro o competir con las tiranías vigentes". Es decir, cambian los eslóganes y las caretas, pero el guión que pretenden representar los políticos "emergentes" es propio de regímenes muy viejos.
(1) "Aún queda mucho político fósil". La Gaceta. Salamanca, 26-IV-1990.
(2) "El instinto de conservación". El Adelanto. Salamanca, 13-VI-1992.