Los españoles no es que llevemos muchos años en esto de la democracia, somos, dicen, una democracia joven, tan joven que aún no estamos seguros de que sea democracia. A pesar de todo, somos uno de los países que mejor sabemos votar, si es que no somos los mejores. Mejor incluso que esos que nos llevan varias generaciones de ventaja.
El pasado domingo dimos otra muestra de ello. Es de ver que contentos se mostraban los líderes de todos y cada uno de los partidos, al saber el resultado de las votaciones. Caras sonrientes, brazos en alto, terminados en puño o en mano abierta, qué más da, lo que importa es la sonrisa. Se felicitan los que han perdido votos, porque han perdido menos de los que pensaban. Ellos sabrán por qué se alegran. Se felicitan los que han sacado menos de los que presumían, allá ellos. Incluso se alegran los que no han sacado ningún escaño, porque dicen que han participado de forma activa en la "fiesta de la democracia", y se atribuyen parte del mérito de haber apeado del pedestal del absolutismo a quienes, nosotros mismos, les habíamos instalado en él, hace no sé cuántos años. Y se quedan tan contentos
Todos felices y sonrientes. Los españoles hemos sabido, una vez más, repartir los votos con tal certeza, con tal ecuanimidad, con tal proporción, que hemos conseguido que todos nuestros políticos se muestren felices.
El problema viene ahora, porque ahora, una vez concluida la fiesta?. viene "cuando la matan", y con ese final de fiesta llega la resaca, el saber digerir los resultados. El tiempo de las sonrisas y de las felicitaciones ha terminado, ahora viene el de trabajar, el de pactar, pero pactar en serio, no de boquilla para impresionar a los votantes y captar su voto. Pactar con ánimo de gobernar de la mejor manera posible. Aquello del acoso y derribo ha terminado, ahora viene el tiempo de construcción. Los ciudadanos les hemos dicho lo que queremos y quién queremos que lo lleve a cabo. Ahora son ellos, los elegidos, quienes tienen que saber leer bien esa partitura.