Escribir sobre los resultados electorales es un ejercicio que aboca irremisiblemente a la melancolía. Con un sistema electoral injusto, desequilibrado y que tiene el 'efecto Mateo' como santo y seña; con unas interminables campañas electorales que aburren al más pintado, y con unos candidatos repentinamente convertidos unos en charlatanes de feria y otros en imitadores de charlatanes de feria, los resultados electorales sólo apetecen por lo que tienen de fin del circo. En cualquier caso, el circo sigue. Hay que seguir dando de comer a los grandes elefantes, buscarles acomodo ahora que ya no lucen como antaño, aunque ya no estén sobre la pista, y alimentar a los tigres, a los leones y a las focas, no podemos dejarlos morir de hambre, pobres; también es preciso cepillar los brillantes vestidos de los figurantes, los músicos, el domador y los equilibristas. La radio, la televisión y la prensa en general hablan de ellos, dicen un porcentaje, suman, restan, multiplican y hacen raíces cuadradas. Alguno aúlla y otro imita al que aúlla: risas de hiena y lágrimas de cocodrilo ha habido esta noche de nuevo. Pero la que algunos llaman celebración de la democracia, este mal teatro, mal ensayado y peor dirigido que cada cuatro años saca su matasuegras al sol, ha dado, otra vez, una de arena y otra de arena, como siempre, aunque los elefantes se estén muriendo y los tigres dejen de enseñar las fauces y el domador trabaje para una multinacional y el equilibrista siga esquiando. Y todo a costa nuestra, aunque hace mucho tiempo le hayamos vendido el circo a Bruselas, que esa es otra.
Por Ángel González Quesada, 24 mayo 2015, 22:20 h.