OPINIóN
Actualizado 24/05/2015
Uva de Aragón

Desencajado entró en el bar de Emilio aquel interventor del Partido Corrupto. Y es que hay cosas que no se desean ni a los enemigos, como para andar haciéndoselas a los amigos.

Había sido movilizado por el Partido para que ocupase el puesto de interventor en la mesa electoral que está cerca del bar. Las instrucciones, concisas, pero no precisas: "De día vigilas que las votaciones se hagan de manera legal. Ya sabes, que nadie meta dos sobres y esas cosas. Luego, cuando se cierre el colegio y se abran los sobres, cuentas y recuentas?"

No hizo falta que le dijeran nada más, accedió en ese mismo instante. ¡Si el Partido le necesitaba, él estaría allí el primero! Y acudió.

Risas en la mañana con los que componían la mesa electoral y con los otros interventores. Aburrimiento, monotonía, cansancio, hastío por la tarde. Demasiadas horas. Pero todos sus males se pasaban con la sola idea del reparto nocturno. Ahí estaba la clave, el sostén de la espera y la fe contra la amargura. Abrir sobres y contar.

Llegó el momento, se extrajo el contenido de los primeros sobres y el rostro del protagonista de este relato mudó de color. ¡Le habían engañado! Aquellos sobres tenían votos. ¡Votos y no billetes, como él suponía!

"Pero? ¿Qué hay de lo mío?", se le escuchó decir.

Desencajado llegó al bar. Quisimos invitarle a una infusión relajante. Rechazó nuestro ofrecimiento. "Un café. Un café bien cargado. Bien cargado de coñac", pidió el infortunado.

Emilio, que lo conoce de vista, que ha coincidido con él algunas veces en la sede del partido, le dio unas palmaditas en el hombro. Tratando de animarle le susurró "La casa invita".

Nosotros estallamos en una sonora carcajada.

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