"Al suelo, que vienen los nuestros", es una histórica frase que se atribuye a Pío Cabanillas Gallas, que fuera ministro con UCD, gallego ejerciente y, por lo visto, gran conocer del género humano, tan débil ante los fuertes y tan fuerte ante los débiles. Un viejo amigo mío venía a decir algo parecido cuando se preguntaba: "¿Qué favor le habré yo hecho a este para que hable mal de mi?". Es la condición humana, que ante el ejercicio diario de la supervivencia, es capaz de todo. Si tiene hambre o sed y tiene que matar al prójimo para quitarle la comida o el agua, lo hará, y de hecho la gran parte de las guerras se han generado así: para robar al otro.
Hay momentos que el hombre no es capaz de pensar en otra cosa que en sí mismo. Encerrado en su yo, atosigado por la difícil realidad de vivir, olvida su condición de ser razonable y sólo se preocupa de su nido y de cuidar de los suyos; vamos, como los animales. Por eso el hombre siempre se ha organizado en torno a sociedades semejantes: para protegerse, para no estar a la intemperie ante el frío que hace fuera. En Atapuerca se escondía de las alimañas y actualmente de los buitres estresados, de los brokers, de los bancos y de los gobernantes malos, que son legión; de esos gobernantes que piensan más en la foto que en el bien común, de esos gobernantes que han hecho de la política un oficio y no un servicio, de esos gobernantes que consideran que la política es sólo un sueldo y un coche oficial.
Esas tendencias malditas adquieren mayor complejidad cuando el propio hombre mata al de su misma especie o lo abandona. Caso frecuente en los políticos, que cuando algunos de sus compañeros se caen del carro, son dejados en el camino con más frialdad que lo hubieran hecho los de otro partido. Ni palabras de aliento, ni recuerdos, ni llamadas de teléfono. Eso es lo primero que siente un político cuando ya no manda: que ya no suena el teléfono.
Desde la ingenuidad que todavía tiene, y que ojalá conserve, un consejero muy normal del gobierno regional, me dijo: "yo soy como antes y voy a seguir siendo igual, no podría ser distante por el hecho de tener una responsabilidad mayor." Le argumenté que hay mutaciones de genes más raras que la de Copito de Nieve, que yo las he visto por docenas y que eso me había convertido en un escéptico irrecuperable.¿Cómo no va a ser uno un descreído? ¿Acaso no veo cómo sufren el mal de la soledad algunos antiguos cargos de la Administración regional?¿Qué pecado cometieron para merecer el olvido? Muchos de ellos ya lo dicen a las claras: "nos están dado un trato inmerecido, injusto e incomprensible". Ingenuos que son; se han olvidado que en la propia casa es donde están los enemigos, que en la del vecino sólo son adversarios. ¡Al suelo, al suelo, que disparan!