OPINIóN
Actualizado 23/05/2015
Tomás González Blázquez

El fuego que bautiza y enciende el corazón. El viento que sopla como quiere y donde quiere. El agua que riega la tierra charra en sequía. El vino de la esperanza y el aceite del consuelo. El sello que certifica las promesas y la paloma que se posa sobre el hombro de una enamorada de Dios, inspirando autenticidades y fundaciones, doctorando a Teresa en la carrera de Jesús.

Del Espíritu Santo y de Sancti-Spíritus, dos templos levantados en la ciudad mirando hacia lo alto, dedicados al Consejero de los gobernantes y al Defensor de los gobernados, al Consolador de los que sufren y al Revelador de la Verdad a los que la buscan. Dos retablos labrados en dones y frutos, fotografía barroca de Pentecostés que se incendia en lenguas y testimonios.

El Arrabal en sus fiestas de la Encarnación. El Cueto. Valdejimena. Al Dios Espíritu Santo por el camino de la que es su Esposa y su Templo, por la vereda segura de María, Reina en el centro del cenáculo, Virgen en el corazón de la Historia, Madre en las tres pascuas desde la sencillez y el silencio.

La alegría, el sueño y la reforma de una Iglesia en Asamblea. La conciencia de ser servidora de los pobres o no ser. La respuesta afirmativa ante el martirio cruento de la sangre o silencioso del menosprecio, ante la persecución por causa de la justicia. El motor del avión que aterriza a Leo en las entrañas de África.

 

El obispo enviará al diocesano Leonildo Ramo a Zimbabue y al grupo juvenil misionero Ixcis a Perú

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