Se acabó la campaña electoral, hoy es día de reflexión y mañana votaremos pero no decidiremos, no, la decisión no es de los votantes por mucho que la democracia así lo indique, las verdaderas decisiones se tomarán en los despachos, con pactos, imposiciones, cesiones, mayorías, minorías, qué me das, qué te doy. Y si no aceptas repetimos las elecciones.
La campaña de este año se ha diferenciado de las anteriores porque ha sido de todo menos aburrida, mensajes ha habido pocos, programas menos, promesas bastantes, reproches demasiados, insultos mucho. Y todo ello amenizado por videos de candidatos de todos los partidos haciendo el ridículo.
Esos candidatos cantando y bailando, dándose autobombo. Hemos visto desde aspirantes a alcaldes montando a caballo mientras cantaba, a otro simulando hablar con su nieta como si fueran los protagonistas de una mala zarzuela; al médico que sale de la consulta en bata blanca y estetoscopio al cuello imitando una comedia musical; al alcalde que acude al gimnasio a ritmos de calle, o aquel que junto a su equipo canta y baila como en una mala opereta.
Todos ellos destrozando buenas y conocidas canciones mediante versiones adaptadas, que no rozan el ridículo, han sido el ridículo mismo. ¿Cómo pueden los asesores en comunicación de los partidos políticos permitir tales mamarrachadas? y ¿cómo se puede perder el amor propio y en algunos casos hasta la dignidad, con tales actuaciones?
Por último, nos quedan los escándalos, esos a los que ya nos hemos acostumbrado por su continua aparición de casos nuevos un día sí y otro no, unas veces por corrupción y otras por enfrentamientos entre unos y otros: que si Pedro y Susana, Espe y Ana, Alberto y Raquel, Íñigo y Juan Carlos? Si entre ellos se pelean no pueden pedirnos que los creamos.
La campaña ha terminado, sólo quedan unos pocos meses para la siguiente.