OPINIóN
Actualizado 23/05/2015
Antonio Colinas

Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz

por vez primera, dejo también el corazón.

No pasará otra onda rumorosa del río,

no quedará este chopo envuelto en fuego verde,

no cantará otra vez el pájaro en su rama,

sin que deje en el aire todo el amor que siento.

Aquí, en estas riberas que llevan hasta el llano

la nieve de las cumbres, planto sueños hermosos.

Aquí también las piedras relucen: piedras mínimas,

miniadas piedras verdes que corroe el arroyo.

Hojas o llamas, fuegos diminutos, resol,

crisol del soto oscuro cuando amanece lento.

Qué fresca placidez, que lenta luz suave 

pasa entonces al ojo, que dulzura decanta

el oro de la tarde en el cuerpo cansado.

Hojas o llamas verdes por donde va la brisa,

diminuto carmín, flor roja por el césped.

Y, entre tanta hermosura, rebosa el río, corre,

relumbra entre los troncos, abre su cuerpo al sol,

sus brazos cristalinos, sus gargantas sonoras.

Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz

por vez primera, miro arder todas las tardes

las copas de los álamos, el perfil de los montes,

cada piedra minúscula, enjoyada del río,

del dios río que llena de frutos nuestros pechos.

Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz

por vez primera, dejo también el corazón.

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