OPINIóN
Actualizado 22/05/2015
Marta Ferreira

Acaso lo importante no sea votar, sino por qué votamos, y de qué modo, qué extraños mecanismos intervienen en acto tan aparentemente simple como introducir una papeleta en una urna. Es obvio que esto puede ser algo anodino, sin significado y que por lo tanto no cambie nada en nuestra vida: desgraciadamente, es frecuente que sea así, votamos como podríamos no hacerlo y apenas si significa nada en nuestra vida, por lo tanto qué más da.

Pero también puede ser lo opuesto. Votar es decidir, es apostar, es querer cambiar. No en balde, aunque sea poco, solo en las democracias se vota, en el resto de regímenes políticos no existe este ritual. Inútil, dirán algunos, espejismo sin fondo, dirán otros. Pero solo en las democracias liberales te dan esta ocasión. ¿O prefieren un sistema como el  del Antiguo Régimen, con el rey concentrando todos los poderes, o la clásica dictadura, como la que padecimos nosotros con Franco, o la comunista por ejemplo la cubana, prefieren ustedes que alguien por la gracia de quien sea tome las decisiones y los demás inclinemos la cabeza porque si no nos la van a cortar?  Yo al menos no, y creo que la mayoría de ciudadanos tampoco. Votar nos dignifica, por muy corrupto que nos parezca el sistema.

Que nadie me busque entonces donde no quepa la posibilidad de discernir, de opinar críticamente y de decir ¡basta ya! cuando mis tragaderas no aguanten más. Votar es un excelente invento, manifiestamente desaprovechado por las instituciones que deberían favorecer la participación crítica y democrática, es decir, por  los partidos, obcecados exclusivamente por la obsesión de mantener o alcanzar el poder y de aislar en su gueto individualista a los ciudadanos-consumidores, incapaces de ver más allá de su ego y de trascender sus intereses alicortos. Votar es reconocer el valor de lo público, de lo común que a todos debería congregarnos: hacer una sociedad mejor, promover la justicia, preservar la libertad, reducir la desigualdad. A solas con nosotros mismos, tecleando o chateando en internet no vamos a ninguna parte, nos destruimos, lenta pero inexorablemente.

Por lo tanto, así votaré, así elegiré. En primer lugar, considerando el valor de la libertad: quien me la restrinja, que se olvide de mí. En segundo lugar, priorizando el significado de la igualdad: quien pretenda seguir abriendo una brecha cada vez más profunda entre ricos y pobres, pauperizando a las clases medias y dejando sin horizonte a los más débiles, que se olvide de mí. Por último, subrayando la importancia de la justicia: quien restrinja el control del poder, causa de la corrupción, quien  ponga al servicio del gobierno de turno la justicia manipulando sus órganos de gobierno, que se olvide de mí.

No me arrepentiré entonces de votar, y si me arrepiento, tengo tiempo de volver a recuperar la ilusión hasta que se celebren las próximas elecciones, y entonces vuelva a pensar que votar es el mal menor. Adivinen a quién voy a votar el domingo.

Marta FERREIRA

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