OPINIóN
Actualizado 20/05/2015
Carlos Aganzo

Dos acciones que normalmente no van juntas, pero que cuando coinciden adquieren un significado con trascendencia específica. Elegimos con frecuencia. Lo hacemos en nuestra condición de consumidores a veces alienados; en las preferencias vitales que confrontamos diariamente: qué hacer, adónde ir, con quien estar. Representamos ocasionalmente en ámbitos profesionales, en medios familiares, en instancias sociales. Sin embargo, cuando se conjugan al unísono, elegir y representar adquieren una dimensión especial. Se incorpora al ejercicio de la elección, por el que cualquiera tiene una voz que es igual, la selección de alguien que va a desarrollar la función representativa por un lapso definido.

El domingo existe la posibilidad de elegir representantes en una cita periódica cuyo carácter rutinario puede morigerar su trascendencia a pesar de ser uno de los pilares de la convivencia cívica y del progreso social. Algunos elegiremos representantes para dos ámbitos que, por excelencia, son los más próximos a nuestras vidas ya que en ellos no solo es donde nos movemos sino que de ellos dependen aspectos básicos como la salud, el cuidado de los mayores o de las personas dependientes, la educación, buena parte de la oferta cultural y del ocio, el ordenamiento del tráfico y la limpieza de las calles, entre otros. En cierto momento, los especialistas asignaron a estos comicios el término de "segundo orden". Algo que revelaba su supuesto carácter subalterno. Pero los tiempos que corren parecieran  desmentir este aserto. En el ríspido escenario que dibuja la globalización, lo local se reivindica como un espacio de posibilidades atemperadoras, de soluciones urgentes e inmediatas.

Conjugar elegir y representar produce también el alumbramiento del compromiso, entendido como una mezcla compleja donde se dan cita esa extraña pareja presente en todo aspirante a representante conformada por la vocación y la ambición, junto con la confianza del representado en que su elección no defraudará sus expectativas. Últimamente esta mixtura se ha deteriorado mucho al alzarse como ejes predominantes la ambición desmesurada de los primeros y la desconfianza rampante entre los segundos que entienden que aquellos no les representan. Una mirada atenta al panorama actual debería llevar a unos y a otros a evaluar el daño causado y sus graves secuelas. Entender que la próxima cita requiere ineludiblemente renovar el compromiso sobre premisas muy básicas de decencia y de comportamiento ético íntegro, capacidad de gestión incuestionable y masiva concurrencia reflexiva a las urnas. Definir cómo queremos vivir.

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