OPINIóN
Actualizado 19/05/2015
Luis Márquez

A la edad de 10 años, sentado en la repisa de la ventana de aquella vieja casa de alquiler donde vivían y observando fuera lentamente llover, comprendió que su padre le diría siempre que le querría aunque nunca lo demostrara y entendió que su madre siempre le querría aunque nunca se lo diría.

Esto, junto con la ruptura progenitora, fue el preludio de que Perucho se convirtiera, según dejó de llover, en el hijo pequeño de sus abuelos y en el hermano mayor de sus primos, circunstancia la cual, no solo la llevo con curiosidad, sino con orgullo. Al fin y al cabo siempre le gustó sentirse diferente.

Juan, su abuelo, porque su padre y su madre confluyeron en su abuela, fue la mejor persona que Perucho conoció en su vida. De oficio militar y de ejercicio buena gente, cada tarde le enseñaba cosas tan materiales como cercanas al corazón. Se pasaban horas y horas en aquella especie de taller mágico encuadernando libros, poniendo tapas a los zapatos y construyendo cualquier cosa que hiciera crecer su mente e imaginación a base de cartón, madera y pegamento.

Una tarde, en aquel reino de gomas y herramientas, Perucho, curioso de por sí, preguntó a su abuelo porque tenía una hilera de gomas suspendidas en clavos en una especie de tabla de madera colgada en la pared. Juan, hombre de gestos más que de  palabras, respondió taxativamente: "Las gomas son como la vida".

Perucho no lo entendió muy bien, pero siguió ayudando a su abuelo en las tareas de manera regular, hasta que tiempo después, a medida que los años acumulaban tareas, deberes y actividades banales de adolescencia, se quejó profundamente a su abuelo. "No me da tiempo todo, ya no puedo ayudarte Abuelo". El tiempo, el esfuerzo y sus prioridades empezaban a confundirse en su mente.

Días después su abuelo mirándole a la cara le dijo, "mira Perucho, la vida es como una goma. Sí, como esas gomas de ahí colgadas. Sirven para muchas cosas si le das el uso de manera adecuada. A pesar de que son pequeñas en apariencia, son extraordinariamente grandes y flexibles, podemos estirarlas casi lo que queramos aunque siempre con esfuerzo. Son adaptables si conocemos nuestros límites, incluso pueden unir cosas. Muchas veces es cuestión de tira y afloja. Por otra parte, mira las gomas que no se utilizan, se cuartean del desuso, se deterioran pronto y le salen arrugas prematuras, no valen y cuando quieres volver a utilizarlas, se rompen, no resisten su envejecimiento. El tiempo no es otra cosa que la manera en la que estiras tu vida ".

Ese día Perucho lo entendió perfectamente. Muchos años después, ya con canas en la mente, alguien le recordaría que Einstein y su relatividad no tienen que ver con la teoría de las cuerdas, sino con la de la Goma. 

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