Ofrezco aquí, para los lectores de SALAMANCArtv AL DÍA, cinco poemas que he traducido del notable poeta brasileño Carlos Nejar, un poeta del amor, como bien lo destaca él en sus versos: "No indago./ Indagar es olvidar./ No olvido./ Amor es tierra/donde florezco".
Las próximas semanas traduciré otros poemas de mi admirado poeta amigo. Pero vayan estos versos como aperitivo de lo que vendrá. Lean al poeta que dice:
Aquí quedan las cosas.
Amar es la más alta constelación.
Carlos Nejar (Porto Alegre, Brasil, 1939). Miembro de Número de la Academia Brasileña de Letras y de la Academia Brasileña de Filosofía, además de prestigioso jurista. Tiene publicados más de cuarenta libros de poesía, que acaban de editarse en dos
volúmenes: Poesia reunida I (Amizade do mundo) y Poesia reunida II (Jovem eternidade). Es Premio Nacional de Poesía Jorge de Lima (1971); Premio Fernando Chinaglia, de la Unión Brasileña de Escritores (1974); Premio Luísa Cláudio de Souza, del PEN Club de Brasil (1977); Premio Érico Veríssimo (1981); Premio de Poesía de la Asociación Paulista de Críticos de Arte (1999) y Premio Machado de Assis, de la Biblioteca Nacional de Brasil (2000), entre otros
EL CORAZÓN ES UN BARCO
El corazón es un barco,
el corazón es un barco
y la soledad, su casco.
No sé de dónde provengo.
Si procedo de otro hilo
o de algún nuevo comienzo.
Sé que el corazón es un barco
con madera de golondrina.
En él embarco, desembarco,
mareo quillas y crines.
Corazón, caballo-barco,
saltando muros de viento
por el verano de las colinas.
Precarios somos, precarios,
nos abrazamos
en lo que la mano alcanza
y provisorio, el cielo.
Pero el corazón es un barco.
Y nos ahorramos, toleramos,
¿por cuánto tiempo, hermano?
¿Por cuánto miedo?
El corazón es un barco.
El desplome de la muerte.
Lo cierto, voy desaprendiendo
NUESTRA PATRIA
Nuestra patria, el tiempo.
Y la pampa cargada, conjurada
para explotar en grupos de sosiego.
La pampa en puro espacio, la tonsura
de peones y bueyes en el pasto
de alguna eternidad.
Nuestra patria:
andar al margen
con el sombrero de las estaciones
y ningún equipaje.
No tenemos edad. Tenemos
hábitos, percances, botas
de calendas engullidas.
Un jibón de semillas
en la palabra.
Nuestra patria
está en el hilo de las golondrinas.
Y el amor, once varas, once
campanadas y cestos de espera.
Un único disparador.
EL GALOPAR DEL FUEGO
Amar no es olvidar
el rostro sobre las cenizas.
Pero es recordar el fuego
y lo que él limita.
Y endurecerlo todo,
carbón de encarnada fibra.
El fuego, el fuego, el fuego,
en el potro, que lo ensilla.
E ir quemando como
se va moldeando la arcilla.
Sabemos que el abandono
mantiene las formas fijas.
El fuego, el fuego, el fuego,
sus riendas transidas
con furias y pericias.
El fuego, el fuego, los años
de peñascos y bridas.
El aire en el aire de las viñas,
fulgores, iras, víboras.
De tanto amar y amar
lo que en nosotros quema,
es lo que nos va podando.
Amar es liberar,
liberarse de las cenizas,
hasta quedar el fuego,
y su trote frondoso,
el fuego, el fuego todavía.
CANTATA PARA LAS MANOS LENTAS
Mis manos sobre la piel
anhelante. Brilla la escritura
azul azul de las venas.
Y las manos descienden precisas,
como si fuesen letras
en papiros, grafías
arcaicas, documentos,
que amando, interpretamos
a la luz de viejas lenguas
y vetustos arcanos.
Una ventana, un himno.
La piel más completa
en la inclinada caricia.
Amando, amando, amando.
Cuerpos, gimen cometas,
las vides estelares,
nebulosas. Un repique
de cuerpos, almas, cuerpos.
BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los pájaros,
las nubes, las madrugadas.
Bienaventurados son los pájaros.
Para ellos
todos los días
son todos los días.
Reales, antiguos, tutelares.
Nosotros, infelices,
no sabemos
qué hacer de ellos.
Queremos los días
limpios, ordenados
con sillas.
Felices los pájaros.
El mar es un animal feliz
y las cosas imaginadas
existen ahí.
Bienaventurados son los pájaros:
no piensan en la libertad
porque vuelan en ella
sin edad.
Nosotros, infelices
no sabemos
qué hacer de ella.
A nosotros, el cisco,
la marea baja.
Arriadas velas,
las acciones con ellas,
los pensamientos arriados.
Jamás el ir adelante
hasta donde
la resistencia manda
que se ande,
hasta donde
pierda su dirección
y prosiga
cuando
esté llegando.
¡Bienaventurados los pájaros!