OPINIóN
Actualizado 17/05/2015
Pastoral Universitaria

Durante las últimas décadas hemos escuchado muchas veces en misa la canción "Sois la

semilla...". Pero, ¿realmente lo somos?

 

Sí, de diferentes clases, con diferentes matices, colores, procedencias, vocaciones, realidades 

y momentos vitales, semillas tan diversas como personas hay, hubo y habrá. Pero a pesar 

de ello como cualquier semilla todos necesitamos unos elementos para poder vivir, crecer y 

florecer.

 

En primer lugar una semilla necesita tierra donde asentar sus raíces y crecer. Para el cristiano 

la tierra firme en la que arraigarse es la fe, es la mejor base que existe en la que poner nuestro 

corazón, la fe en Jesús hijo de Dios que murió por amor hacia nosotros y que resucitó.

 

En segundo lugar necesita agua. Y la fuente de agua viva que tenemos los cristianos son los 

sacramentos y en especial la eucaristía, alimento de vida que nos hace crecer firmes y sanos. 

Así mismo el agua porta diversos nutrientes, y esos nutrientes en nuestra vida son la oración, 

que nunca es igual ni tiene el mismo tiempo ni los mismo contenidos y carga, pero que la 

necesitamos para no marchitarnos, para que nuestro crecer vaya siempre dirigido hacia la luz 

y las alturas, para que nuestra vida y quehacer no sean vacios y sinsentido, sino que sean para 

Dios.

 

Y en tercer lugar una semilla necesita de la luz del sol para poder respirar y renovarse, y la 

luz que necesitamos los cristianos es la alegría. El papa Francisco en la exhortación Evangelii 

Gaudium nos insiste en la necesidad de la alegría como elemento básico y necesario en 

nuestras vidas, como elemento distintivo de los cristianos. Necesitamos la luz de la alegría en 

nuestras vidas y comunidades para no oler a cerrado sino para que como flores alegremos al 

mundo con nuestro aroma.

 

Si conseguimos que estos elementos estén presentes en nuestra vida, conseguiremos florecer 

y al igual que la flor entrega de forma generosa y sin esperar nada a cambio su belleza y 

su aroma, nosotros podremos donarnos y amar a todos los que nos rodean, sin juzgar, sin 

pretensiones, sin esperanzas vacías. Siendo bellas flores para el mundo, este florecerá y se 

transformará.

 

David Martínez Domíngo, desde la Pastoral Universitaria. 

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