Durante las últimas décadas hemos escuchado muchas veces en misa la canción "Sois la
semilla...". Pero, ¿realmente lo somos?
Sí, de diferentes clases, con diferentes matices, colores, procedencias, vocaciones, realidades
y momentos vitales, semillas tan diversas como personas hay, hubo y habrá. Pero a pesar
de ello como cualquier semilla todos necesitamos unos elementos para poder vivir, crecer y
florecer.
En primer lugar una semilla necesita tierra donde asentar sus raíces y crecer. Para el cristiano
la tierra firme en la que arraigarse es la fe, es la mejor base que existe en la que poner nuestro
corazón, la fe en Jesús hijo de Dios que murió por amor hacia nosotros y que resucitó.
En segundo lugar necesita agua. Y la fuente de agua viva que tenemos los cristianos son los
sacramentos y en especial la eucaristía, alimento de vida que nos hace crecer firmes y sanos.
Así mismo el agua porta diversos nutrientes, y esos nutrientes en nuestra vida son la oración,
que nunca es igual ni tiene el mismo tiempo ni los mismo contenidos y carga, pero que la
necesitamos para no marchitarnos, para que nuestro crecer vaya siempre dirigido hacia la luz
y las alturas, para que nuestra vida y quehacer no sean vacios y sinsentido, sino que sean para
Dios.
Y en tercer lugar una semilla necesita de la luz del sol para poder respirar y renovarse, y la
luz que necesitamos los cristianos es la alegría. El papa Francisco en la exhortación Evangelii
Gaudium nos insiste en la necesidad de la alegría como elemento básico y necesario en
nuestras vidas, como elemento distintivo de los cristianos. Necesitamos la luz de la alegría en
nuestras vidas y comunidades para no oler a cerrado sino para que como flores alegremos al
mundo con nuestro aroma.
Si conseguimos que estos elementos estén presentes en nuestra vida, conseguiremos florecer
y al igual que la flor entrega de forma generosa y sin esperar nada a cambio su belleza y
su aroma, nosotros podremos donarnos y amar a todos los que nos rodean, sin juzgar, sin
pretensiones, sin esperanzas vacías. Siendo bellas flores para el mundo, este florecerá y se
transformará.
David Martínez Domíngo, desde la Pastoral Universitaria.