Con los ojos hincados en el morlaco, espera agazapado una oportunidad, y en un despiste del personal, brinca con ansia las tablas y pisa el albero con pasos raudos
En el hatillo, un capote raido y una muleta ajada por más de mil pases furtivos en la dehesa charra, y en el pecho, la esperanza de la gloria.
Arropado por la luz de la luna que ilumina la faena secreta, cumple el maletilla su mandato del corazón, y vuelve contento a casa no sin algún puntazo que ese toro barroso le propinó a traición.
Con los ojos hincados en el morlaco, espera agazapado una oportunidad, y en un despiste del personal, brinca con ansia las tablas y pisa el albero con pasos raudos. Uno, dos y hasta tres muletazos consigue dar, antes de que la Guardia lo saque cual preso que al cadalso va. El matador hace un gesto y grita a la autoridad -¡La multa "pa" mí!, liberando al maletilla de otra pesada carga en su duro caminar.
Tres años de penurias y por fin, la oportunidad. Las cinco en punto de la tarde de un jueves soleado; el chaval en la Glorieta y la madre, rezando. Tras una faena impecable, coge los "trastos" de matar, y en un volapié imposible, clava con furia el estoque que hasta la bola se hunde. Aplausos, pañuelos, y en la Iglesia de San Julián, entra gritando un hermano -Madre, madre, ¡El niño, ha "triunfao"!
A mi padre