OPINIóN
Actualizado 16/05/2015
Jorge Moreno / El Norte de Castilla

Cuando llega la campaña electoral, los partidos instalan sus tiendas y se ponen a vender su producto, es decir, su programa y sus promesas, que no tienen garantía ni derecho a devolución, porque el voto es secreto y no hay manera de guardar el ticket de compra. Para el que se lleva la victoria y el gobierno, la confianza de volver a convencer al cliente decepcionado cuatro años después. Para el que pierde y se queda en la oposición o la nada (porque aunque nunca lo reconozcan, hay perdedores), la posibilidad de insistir una vez más, o dos, o cinco?

A los partidos les ponen tablones en las calles, que casi no usan. No suelen durar mucho los pocos carteles que pegan, más allá de la pegada de carteles del minuto cero de la campaña. Algunos candidatos abrazan las farolas, a la derecha y a la izquierda el que va para alcalde y el que va para presidente de la región, con el lema, el logo, la foto convenientemente retocada y el color estratégicamente escogido. Otros candidatos se montan en bicicletas, compran verduras en mercados, se interesan por las inquietudes de los aficionados a la pesca o escuchan con aparente atención las reclamaciones de los fabricantes de cepillos de dientes.

A los candidatos les buscan sustitutos en sus trabajos para que hagan campaña, aunque nunca los encuentren en otras épocas o con otros motivos. Tampoco les piden ser vecinos del pueblo en el que aspiran a ser concejales. Ni pasa nada si luego con los resultados hacen lo que les parezca, porque en definitiva los ciudadanos no elegimos a los alcaldes sino que ya se encargan los partidos de pactar y todas esas cosas que trastocan la voluntad popular. La segunda vuelta no interesa en este sistema de elecciones e instituciones en el que la mezcolanza entre el poder legislativo y el ejecutivo no hace sino reforzar la partitocracia, que por supuesto mete sus manazas en el poder judicial. ¿Para qué replantearlo?

Luego están los periodistas forofos que se afanan más si cabe en estas fechas, sintiéndose verdaderos jefes de campaña, con capacidad para quitar y poner. Los simpatizantes y afiliados de los partidos y sus secciones juveniles, paisaje de fondo en los mítines, para que el orador sienta cercana la ovación ante su enésimo lugar común y su vehemencia impostada en el momento previsto del discurso. Y finalmente, nos hallamos los escépticos, que votaremos por aquello de que es mejor poder votar, pero que estamos deseando que se levante el campamento y nos pongamos manos a la obra, esta vez de verdad.

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