OPINIóN
Actualizado 16/05/2015
José Luis Cobreros

Tengo conocidos que ocupan puestos de responsabilidad en diferentes empresas y, alguno de mis amigos, se encuentran en situación de desempleo. Cuando estoy con ellos no me siento mejor con unos que con otros en función de la escala social que ocupan. Las situaciones por las que pasamos las personas son imprevisibles y, a veces, nos convertimos en náufragos que han de agarrarse a lo que pillan si no quieren perecer.

Pero hay una deficiencia en la que todos incurrimos: se trata de la vanidad. La avidez con que proclamamos nuestros éxitos y capacidades, nos hace caer en ella sin advertir lo negativo de tal actitud. La vanidad es autoengaño; una distorsión de la realidad que altera gravemente el propio equilibrio.

Tanto si realizamos una actividad laboral, como si disfrutamos del ocio, no podemos desprendernos de ella. El ruido de las celebraciones y los grandes eventos, altera el remanso en el que discurre habitualmente la reflexión. De esta forma, los conceptos se dilatan y se contraen de forma aleatoria y modifican equivocadamente la realidad. No pocas veces hemos de esperar a que las aguas recuperen su estabilidad sobre el fondo para recuperar el equilibrio.

En ese entramado de confusión, hay personas que utilizan el aplauso y la adulación para ganar la confianza del vanidoso. Es una forma de conseguir con facilidad aquello que buscan. Hay que desconfiar, por tanto, de quienes estiman en tal alto grado nuestro trabajo. Lo importante, es no alterar el concepto que albergamos sobre la propia valía. Pues, los demás, nos ponen y quitan méritos de forma aleatoria, a veces, sin conocer siquiera lo que hacemos.

Pero hay una cuestión que ocupa mi pensamiento en determinados momentos. Cuando un artista, un profesional, o un cualificado trabajador ha llegado al punto más elevado en su trayectoria profesional, tendría reflexionar para descubrir sus carencias de conocimiento en otras áreas.

Soy partidario de que la formación de las personas se realice de forma multidisciplinar. Pues, nadie conoce los obstáculos a los que se tendrá que enfrentarse en la vida. Es más práctico enseñar a los jóvenes diversas materias, para evitar esas dependencias onerosas que tanto dañan la convivencia.

Para personas que han conseguido llegar a una altura destacable en su profesión, no sería difícil extender ese aprendizaje a otras materias. Así, alcanzarían mayores cotas de autonomía y libertad. Pero la vanidad nos lo impide. Tenemos tan alto concepto de la propia valía que, hacer trabajos de menor categoría, nos degrada.

Es absurdo pensar de esta forma, siendo tan corta la vida y tan insustancial mucho de lo que hacemos. Gran error, al que nos lleva la vanidad. Pues, si no reconocemos nuestras carencias de conocimiento, jamás aprenderemos cosas nuevas.

 

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