La Educación es el pilar fundamental para la integración laboral y sostenibilidad social porque hace que los individuos lleven un estilo de vida adecuado a su tiempo y a sus circunstancias y, utilicen el sistema nervioso central para responder a los retos del día a día, del trabajo y de la vida. La Educación Superior específicamente convierte a los estudiantes bachilleres en graduados. Es decir, prepara a los universitarios para que sean capaces y competentes en el ejercicio de una de las numerosas profesiones que requiere la Sociedad, médicos, abogados, químicos, docentes, periodistas, etc.
Lo que ha pasado en últimas tres décadas de desarrollo autonómico en la Educación Superior, se debe a que cada Comunidad Autónoma ha pretendido formar a sus propios profesionales y cada alcalde inaugurar su propia facultad. La causa no es otra que pensar que construir una facultad era lo mismo que hacer una carretera para que pase gente por allí. También por el desconocimiento de lo fundamental, cumplir con su fin fundacional e institucional es realizar un proceso de enseñanza aprendizaje de calidad. Por tanto, hay que tener buenos docentes y éstos no nacen, se hacen, a base de años de preparación y experiencia a través de la carrera docente. Proceso que ha empezado a deteriorarse por la falta de oportunidades para los docentes jóvenes debido a los recortes presupuestarios y las deficientes estrategias educativas.
En consecuencia, en el momento actual existen muchas universidades y excesivas duplicidades de facultades que se han puesto a competir por el cliente, el alumnado. A la Universidad actual, afortunadamente llegan muchos alumnos, aproximadamente el 30% de los que comienzan a estudiar, de éstos entre el 70-85% terminan sus estudios universitarios, la gran mayoría en cinco años. Este gran número de graduados no pueden encontrar trabajo con lo que o bien siguen en las universidades realizando másteres y postgrados o bien salen a exterior o bien esperan en situación de desempleo para terminar con los años en trabajos para los que no están cualificados con ofertas económicas insuficientes para su formación. Luego el papel que juega la Educación universitaria sobre la integración laboral y ascenso social basado en el esfuerzo no se cumple y conlleva desmotivación, impotencia y frustración en los discentes y en los docentes.
Por su parte, las Universidades, en base a su autonomía de gestión, han optado por el sálvese quien pueda, ofertando cada vez más másteres. Estrategia de postgrado basada en la economía de subsistencia, a más alumnos mayor financiación. El efecto secundario y nocivo que se empieza a evidenciar es que éstos se están empezando a devaluar porque con ellos tampoco se accede al mundo laboral y, porque muchos de ellos, no tienen ni especificidad profesional ni demanda laboral. Además, ahora se ha empezado con la vieja estrategia de las subvenciones para tratar de mantener la oferta; constituyendo un tratamiento paliativo cuando lo que debe prescribirse es un tratamiento causal. Es decir, una reflexión, consenso y toma de decisiones para adecuar la oferta a la demanda social.
Para mejorar esta situación y que la Educación Superior suponga la formación, preparación y capacitación para el mundo laboral, los equipos rectorales y los órganos de gobierno de las Universidades deben valorar sus fortalezas históricas y actuales, poniendo los recursos necesarios para dar continuidad y calidad a sus procesos de enseñanza-aprendizaje de grado, másteres y postgrado y así poder competir y mejorar la sostenibilidad. La competitividad no debe basarse en la cantidad, ni en la virtualidad que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs), ni en el impacto bibliométrico, sino en gestionar y planificar estratégicamente los fines fundacionales que por experiencia se sabe que deben ser para algo más que 4 u 8 años.
JAMCA