BRACAMONTE
Actualizado 12/05/2015
Redacción

Crónica del viaje que realizo el Emperador

Me enteré por Bracamonte al Día de la gesta de los esforzados muchachos del grupo de senderismo de Riotuerto (Cantabria), de seguir la senda que trazó Carlos V para llegar a Yuste. Y recordé que, hace tiempo, había descrito el camino y lo llené de anécdotas históricos, que documenté con datos que me proporcionaron los historiadores del penúltimo viaje del emperador.

"La calzada vieja de Peñaranda fue la ruta que siguió Carlos V hacia su encierro definitivo en el monasterio de Yuste. Dice el cronista que "por el camino había tenido el peor tiempo del mundo". Cuenta don Manuel de Foronda y Aguilera en su tratado sobre "Estancias y Viajes del emperador Carlos V":

"El día 5 de noviembre, entró su Majestad en Medina de Campo y se alojó en casa del cambiante Rodrigo de Dueñas, quien hizo ostentación de un fausto que degradó al regio huésped, llegando a poner un brasero de oro macizo, y que quemó en él palos de canela de Ceilán, cuyo olor molestó al Monarca, el cual no solo no quiso admitir al cambiante a que le besara la mano, sino que hizo que se le pagara el hospedaje".

El día 6 llegó a Horcajo de las Torres. La paz y la tranquilidad que sintió en el pueblo, le hizo exclamar: "Gracias a Dios que no tendré ya más visitas ni recepciones". "Hoy va a dormir S.M. a Peñaranda de Bracamonte, tres leguas de aquí. Partimos a las dos".

El día 7 lo pasa en Peñaranda y el 8 sale para Alaraz. Este día era domingo. Todo el pueblo de Macotera sale a la Huelga a rendir honores y vítores al Emperador, que, en una litera tirada por mulas y con un séquito compuesto por ciento cuarenta servidores y noventa y nueve alabarderos, se dirigía a su ansiada morada de paz y de silencio. Carlos V escuchó misa en la iglesia de Alaraz, pernoctó allí y, al día siguiente, lunes, partió hacia Gallegos de Solmirón. Nueva parada para dormir.

El día 10, entraba en el Barco de Ávila, y el 11, cruzó la sierra de Gredos por el puerto de Tornavacas, un desfiladero angosto. Aquí recibe una "prenda de vestir forrada, que le envía su hija, pues arrecia el frío". Al llegar a la cima exclamó: "Ya no franquearé ninguno otro, sino el de la muerte."

A Tornavacas, cerca del río Jerte, llegó ya de noche y se entretuvo en ver pescar con luces unas truchas, que, luego, comió para cenar.

Se niega a proseguir la ruta más accesible (Plasencia), pues le obligaba a dar un gran rodeo, que martirizaría, durante cuatro días más, su lastimado cuerpo; él prefiere el camino más corto, aunque sea a costa de grandes sufrimientos. Es llevado a hombros durante tres leguas por montañeses lugareños por un sendero de montaña, por donde no podía entrar la litera imperial; por fin, llegó a Jarandilla de la Vera, a un palmo de Yuste. Aquí se alojó en el castillo del conde de Oropesa hasta el 3 febrero de 1557, en que Carlos V inicia su viaje definitivo hacia Yuste. Su salud no le permitía viajar en la litera. Iba acompañado del conde de Oropesa, su huésped hasta aquella fecha, de su mayordomo Quijada y de su antiguo canciller La Chaulx. A las cinco de la tarde, hizo su entrada en el monasterio, cuyas campanas anunciaban jubilosas a todo el contorno, que el momento tan esperado por aquella comunidad había llegado. Se cantó a continuación un solemne "Te déum", y Carlos realizó una minuciosa visita al monasterio. Después, se retiró a su palacete. Antes había despedido a noventa y ocho de sus servidores, borgoñones y flamencos en su mayoría, que volvieron a su tierra; se quedaron al servicio del emperador cuarenta servidores para atender su cámara, secretaría y cocina. Una vez se encerró en Yuste, para nada era precisa su pequeña guardia de noventa y nueve alarbaderos. Al verle partir hacia su retiro, arrojaron sus alabardas y se expresaron en el rudo lenguaje de la milicia: "Después de servir a tal César, no está bien entrar al servicio de ningún otro señor".

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