OPINIóN
Actualizado 12/05/2015
Francisco Delgado

Tener miedo a los cambios es como tener miedo a la vida. La vida, en todas sus manifestaciones, es cambio: las estaciones cambian, los paisajes cambian, nuestros cuerpos cambian, nuestra visión del mundo, a lo largo de la vida, cambia. Lo que no cambia tiene que ver con lo muerto, no con lo vivo.

A este principio general nuestro sentido común añade: "pero los cambios?que sean a mejor. Para seguir igual o peor, me quedo como estoy."

La democracia es el sistema que garantiza que en el consenso social puede haber cambios. Por eso es el mejor de los modos de organización política. Y además, la historia nos enseña que todo régimen político que no cambia, todo partido que permanece mucho tiempo en el poder termina inevitablemente corrompido. No hay ni una excepción a esta ley, así es la naturaleza humana: ni los gobiernos de izquierdas, ni los de derechas, ni los de centro. Por eso, tampoco hay que temer a los cambios.

En España llevamos muchas décadas gobernados por "los mismos", en una alternancia de dos grupos cuyas similitudes son mayores que sus diferencias (que también las hay).

Pero el viejo y paralizador refrán de "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer" está metido en nuestras mentes de un modo definitivo. Nos paralizamos ante la relación con la persona que no nos gusta o nos hace infelices, ante lo que nos rodea "de siempre"; lo que decía  la abuela (como dice mi vecino), nos guía incluso si la propia experiencia nos ha demostrado que era erróneo. Y ese miedo paralizador impide que mejoremos nuestras vidas.

Estas elecciones de finales de mayo y las generales de otoño nos dan la oportunidad de cambiar nuestro ayuntamiento, nuestro modo de estar gobernados en la comunidad y en el Estado español. ¿Por qué no seguir la corriente de la vida y sin miedo votar a nuevas opciones? ¿Por qué las jóvenes generaciones lo van a hacer peor que las  generaciones mayores? Aunque haya tenido aciertos (la generación de la transición), también ha tenido muchos errores; pero sobre todo, lo que tenían que hacer ya lo han hecho. Ya estamos en una nueva época, en una sociedad distinta, en una Europa distinta. Querer que la transición se convierta en una etapa sin final es como poner palos a las ruedas; ya ha finalizado la "democracia vigilada" por los de siempre, la economía dirigida por los mismos, los valores que no son eternos ni útiles para casi nadie.

La primavera de la que disfrutamos está llena de vida y belleza, precisamente por los cambios continuos: sale el sol, llueve, sopla el viento, la noche está serena, se nubla?en Salamanca los campos están verdes, las playas del sur andaluz soleadas y cálidas, los prados cántabros llenos de  flores, toda la variedad de paisajes en una misma nación, toda la naturaleza expresando sus variaciones.

Y todos los españoles votando sin miedo, variadamente, dibujando un tejido multicolor, en el que el rojo o el morado enriquecen ese azul tan inamovible.

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