OPINIóN
Actualizado 12/05/2015

La semana pasada se publicaba en este sitio de internet la denominada "Declaración de Salamanca": "Las decanas y decanos de las Facultades de Artes y Humanidades del conjunto del Estado español, reunidos en asamblea los días 20 y 21 de marzo de 2015, en la XXIII Conferencia de Decanatos de Letras, decidimos unánimemente manifestar con toda contundencia nuestra inquietud por el deterioro de las Universidades públicas en la docencia, la investigación y la gestión".

Pues sí que andan despistados. El deterioro viene de antes de que algunas y algunos de ellos nacieran. Mi primer artículo lamentando la caída en picado de la enseñanza superior data de 1974, y aquí, en Salamanca, lo denuncié por escrito a comienzos de los noventa, nada más incorporarme como docente a la Universidad Pontificia. Un antiguo decano de la Universidad de Nueva York, Herbert London, pensaba hace ya más de treinta años que la propia supervivencia de la institución no es viable por varios motivos: el costo de la educación, que crece por encima de la capacidad adquisitiva de la clase media; el descenso de la población juvenil (como consecuencia de la caída en picado del índice de natalidad), la politización y el hecho de que "la mayoría de las Universidades cuentan con estudiantes que hace tres décadas no hubiesen sido admitidos".

Acaba de hacerse pública la edición 2014/2015 del con la evaluación de 3.551 universidades en función de la calidad y cantidad de la investigación, la calidad académica y la empleabilidad. La Universidad de Salamanca figura en el puesto 481. Lleva varios lustros rondando ese rango. Los primeros diez puestos de la lista corresponden a centros universitarios americanos e ingleses, encabezados por el MIT y Cambridge. Las universidades españolas no aparecen hasta el puesto 166, y once de ellas superan a Salamanca, comenzando por cuatro universidades públicas, de Barcelona y Madrid, y por la Universidad privada de Navarra.

No me importa ser políticamente incorrecto ni repetirme una y otra vez, en la certeza de que nadie me hace caso. Porque, como cantaba en su jerga Georges Brassens, je ne fait pourtant de tort à personne, en suivant les ch'mins qui n'mènent pas à Rome; o sea, "siguiendo los caminos que no llevan a Roma, no he perjudicado a nadie".

Son muchos los que rechazan la selección previa de quienes desean cursar una carrera universitaria. Alegan, con razón, que hay que dar a todo el mundo las mismas oportunidades de labrarse un porvenir, pero no dicen toda la verdad. En primer lugar, la igualdad es justa y conveniente en el punto de partida, pero los pasos hacia la titulación universitaria deben acreditarse mediante el esfuerzo, la preparación real y los méritos individuales. En segundo lugar, confunden la Universidad con un intermediario entre la fase de formación básica del adolescente y el mercado de trabajo. Se ha laboralizado en exceso la enseñanza, y me temo que el camino de cooperación con las empresas conduce hacia servidumbres de mera rentabilidad económica. Las administraciones públicas y las instituciones sin ánimo de lucro deben prestar más atención a la auténtica formación técnica y profesional al margen de la enseñanza superior. Una forma de potenciarla sería dignificar socialmente la FP, como se hace sin ir más lejos en la vecina Francia, donde se respeta y se paga bien y se reconoce públicamente a los buenos oficiales, técnicos y artesanos.

Me parece que sería muy conveniente un modelo nuevo de universidad basado en la excelencia académica y la innovación investigadora. A grandes males, grandes remedios. Una consecuencia más de la masificación indiscriminada es la conflictividad estéril. Que se desprenda de la politización partidista que todo lo pudre y genera violencia. Que se gratifique el conocimiento y el esfuerzo sustituyendo el nepotismo por la meritocracia. Me parece que hoy se titulan más doctores por la soborna que por la Sorbona. Drástica revisión de los medios disponibles (plantillas de personal e instalaciones), de sus normas organizativas y de los procesos académicos (titulaciones, programas de investigación...) y, sobre todo, una mentalidad que acepte que la justicia, la democracia y la solidaridad radican en la igualdad de oportunidades para acceder a los distintos niveles docentes, no en la masificación de las aulas, y menos aún en rebajar la exigencia para que puedan titularse los más flojos.

Foto: 'Declaración de Salamanca' a cargo decanas y decanos de las Facultades de Artes y Humanidades del conjunto del Estado español. Usal

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