OPINIóN
Actualizado 11/05/2015
Sagrario Rollán

Maradul (de Ana María Sánchez, Tafalla 2014) es un canto a la vida y a la memoria de la sangre enamorada, un grito de luz en sordina que se enreda entre los besos y anida en las trenzas del verano, justo ahí  donde se vertebra el amor de las palabras.

Maradul es verde,  es verde y alfombrado de nostalgia, húmedo en las plantas y áspero como ortiga,  raspando los tobillos fieros de la infancia, esos que saltaban sobre prados y sintaxis, descabalgando los márgenes del rio.

Reminiscencia  feliz  al norte del verbo hollado en las serranías que estiran el horizonte  pueblerino de los pasos niños,  y al sur  prohibido de los abrazos en los arrabales de ciudades que no duermen, traspasadas de anhelos adolescentes.

Tiempo lento y humilde, insignificante,  si no fuera por el poema que lo consagra, por el oficio delicado  de la escritura de Ana María que lo desprende,  sin romperlo,  de las yemas de los dedos para pespuntear el recuerdo de vainicas gloriosas enluciendo la tristeza.

Maradul palpita en los pulsos de un invierno del que nunca se regresa, después que la madre se fuera en busca de  imposibles violetas,  que aun atenazan los nombres que se heredan en las hijas.

Memoria de madre y de hija, de ahijada,  de madrina,  de hermana, Maradul tiene nombre de mujer, pero es un nombre y muchos nombres,  tantos como se barruntan desde que él aparece y despierta la sangre dormida en alcobas milenarias, porque Maradul  también festeja la presencia varonil de quien llega de otro mar,  desnudando la memoria de los robles,  y en el nombre del perro  santifica los caminos, los desata, y los anuncia de otro modo, con la reciedumbre del toro y del caballo, desde  las pezuñas que restriegan la paciencia y la desgastan casi, pero al final la encumbran a otro estado, donde no hay varón ni mujer, cuando  el poema arriba al gesto edénico y fundante de todas, todas las palabras,  y todos los aromas.  Plenitud perdida? "La soledad de las palabras/escribe maradul/ en los renglones de la ausencia".

Gonzalo Rojas, donde "toda la cavidad de la hermosura", o  Antonio Gamoneda, trasladando "lavandas sumergidas en un cuenco de llanto", son algunas reminiscencias que han llevado a Ana María  a ver  maradules  alucinados floreciendo por doquier en aromas y sintagmas, también César Vallejo, soñando una madre casi niña con "el ajuar constelado de una aurora" ; pero sobre todo es justo y necesario reconocer la sombra rezadora de Emilio Rodríguez (Papeles del Martes), con el que  muchos aprendimos en aquellas tertulias del claustro de dominicos  a escuchar el "sonido que deslinda, que avizora",  agradecer  y celebrar,  en el verso de Ana María, la voz a él debida.   

Aunque publicado en Tafalla (Navarra), por haber merecido el Premio de poesía María del Villar, este hermoso poemario rezuma el sabor recio de las tierras del sur de Salamanca, no en vano Ana María procede de El Cabaco, y su primera publicación, Cavenes , ya dejó constancia de su amor rendido por las tierras del Yeltes.

Por todo ello, y porque Ana María es mi amiga y sé con que afán  gusta de pulir el verbo hasta que sus manos se ponen de rodillas y son capaces de plantar las texturas del aire en las palabras que  nos nutren y nos construyen, os invito a leer Maradul.

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