OPINIóN
Actualizado 11/05/2015
Ferenando Segovia

Todos los días se duplicaba el aforo de la iglesia o local respectivo y mucha gente no ha podido verla

Vuelve por donde solía. Nuestros padres culturales ?griegos y romanos- hicieron mucho teatro y construyeron muchos teatros. Sobre la escena y sus personajes el público proyectaba su interior, sus tragedias, su alegría, la fascinación que produce la vida. Andando el tiempo el teatro fue a menos, o se ocupó en otras cosas, en otras dimensiones de la vida, especialmente la religiosa. Y así, la Liturgia cristiana, que no es un teatro, tiene dimensiones teatrales que nos devuelven, participando, a los orígenes: Última Cena de Jesús, el perdón regalado a los pecadores, el momento en que Jesús acariciaba a los enfermos, la participación en el baño de agua y de espíritu que tuvo lugar en el Jordán; o nos anticipan la meta, la Humanidad Nueva, la Nueva Creación, el Reino de Libertad, Verdad, Justicia, Gracia, Amor y Paz, que ya se intuía en torno a Jesús de Nazaret por los caminos de Galilea y que no perdió vigencia, sino que ganó en potencia de convocatoria con Jesucristo como centro.

Todas esas dimensiones del Misterio que se contienen en la Liturgia y en la experiencia de la fe no son fáciles de vivir de una tacada y es conveniente desmenuzarlas en dosis asequibles para la gente normal. No sé si Juan del Encina, cuando volvió a introducir el teatro dentro de los templos cristianos, pretendía mostrar visualmente y por el oído que los episodios normales, chuscos a veces, de la vida, están íntimamente relacionados con el Misterio de la presencia de Dios. Y así, representando la vida normal dentro de la iglesia, a los cristianos sencillos les quedaba clara la lección: cuando vinieran a la iglesia a las celebraciones de la fe no tenían que pensar en cosas raras y tenían derecho a poner ante Dios la propia vida, fuera esta como fuere. Desde aquella época el teatro ha evolucionado mucho y se ha secularizado, independizándose de su matriz religiosa. Tiene que reinventarse y renacer continuamente porque le han salido hijos aventajados, aunque más virtuales, menos de carne y hueso, en el cine, en la televisión y en el video democratizado en las redes sociales.

Durante la semana pasada, el Grupo Lazarillo ?nacido y sostenido por la ONCE- ha estado representando la obra "Teresa, jardinera de la luz" en casi todos los templos que se nos han encargado a Poli Díaz y a mí mismo: Santiago Apóstol ?agradezco a las comunidades neocatecumenales su disponibilidad para prestar su uso- San Martín, San Sebastián, San Julián, San Benito y también Santa María del Monte Carmelo y el Colegio Mayor El Carmelo. El grupo podría llamarse también "doce de la ONCE": ocho actrices, cuatro de ellas invidentes, que nos recuerdan a las monjas compañeras y discípulas, hijas espirituales de Santa Teresa, dos actores ?uno ciego, el Maestro músico Salinas, el otro no, oficial de la Santa Inquisición- Un eficaz productor, gerente, ayudante de dirección, Javier de Prado, y un manitas del atrezzo y la tramoya, capaz de montar y desmontar un púlpito elegante o el mismísimo órgano del Maestro Salinas en un cuarto de hora. Y la tarea de base de Denis Rafter, un gigante del teatro que ha redactado la obra y la dirige a distancia ahora que rueda sola.

El éxito de público ha sido grande. Todos los días se duplicaba el aforo de la iglesia o local respectivo y mucha gente no ha podido verla. ¿Habrá otra ocasión? Esperemos que sí: el V Centenario de Santa Teresa de Jesús no acaba todavía.

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