Me he sentado a primera hora en la tranquilidad de la plaza de San Cristóbal, con mi libreta de alambre enrollada esperando las musas, presiento una apacible mañana de paseos y descubiertas. Podía divagar por estos lugares y hacer regresar a la memoria viejas andanzas en inquietos recorridos siempre temerosos, porque las calles y callejas de entonces, oscuras e intrincadas, no invitaban al juego sino al paso fugaz; aunque en ocasiones en el viejo cine San José proyectaban buenas películas y, si tenías dos reales para la entrada y las pipas, era un buen modo de pasar la tarde de los domingos en compañía de los amigos.
En el esquinazo de la plaza con la calle Asadería se conserva un viejo edificio de una planta, con el tejado en absurda uralita, que fue capilla de la ermita de Nuestra Señora de la Misericordia, de valor testimonial, y en donde en la actualidad se asienta un negocio de artes gráficas. Antes de que se perdieran parte de sus restos, la espadaña de remate se desmontó y se trasladó al Barrio de Pizarrales, cumpliendo en su iglesia las labores para las que se construyó. Aquí tenemos una cuenta pendiente, como es redimir este pequeño pero valioso monumento que el tiempo inexorable y el abandono se encargan de destruir.
Veamos esos burdos pegotes de cemento tapando coqueras y el desgaste de nuestra piedra; una maraña de cables y tubos de todo tipo que recorren la fachada; los feos contenedores de basura que en este recoleto lugar podrían tener más de un espacio para soterrarlos. Y el comentario de dos turistas, cámara en ristre y pasmo ante la fealdad, plasmando con su objetivo el tejadillo de entrada y las planchas de uralita. Les prometo, exclamé para mí, que he de denunciarlo; vayan, pues, estas letras, este comentario a vuela pluma, sin acritud, para que nuestras autoridades sean conscientes de lo mucho que nos queda por hacer en esta Salamanca de doradas piedras, Patrimonio de la Humanidad, Capital Cultural de Europa?