OPINIóN
Actualizado 10/05/2015
@santiriesco

Los próximos quince días andaré por Senegal, grabando historias de gente anónima a la que más que un programa de televisión habría que erigir un monumento en mitad de la Gran Vía. Personas a las que aún no conozco y de las que ya he escuchado hablar mucho y bien. Mujeres valientes como Justina, Regina y Hortensia, misioneras españolas que se han dejado la vida en los peores barrios de Dakar y en sus arrabales rurales ayudando a los huérfanos, a las niñas maltratadas, a las jóvenes violadas y a las mujeres sin futuro con un único objetivo: devolverles la dignidad arrebatada recuperando su autoestima con mucho cariño, paciencia y siendo muy prácticas. Y claro, para eso también hace falta algo de dinerillo. Un dinerillo que se encarga de recoger y repartir desde hace más de 50 años otro grupo de mujeres españolas: las voluntarias de Manos Unidas

De modo que andamos contando las horas para subirnos a ese avión que nos permitirá cruzar nuestros caminos con los de estas heroínas que dejarán de ser anónimas para nosotros y que, con toda seguridad, nos presentarán a otras personas que también merecerán un monumento en cualquier Plaza Mayor. Personas -generalmente mujeres- agradecidas porque los distintos proyectos financiados por la generosidad de los españoles a través de Manos Unidas les permiten alimentar, educar y cuidar a sus familias un poquito mejor que antes.

 

El viaje tendrá una segunda parte en el sur, por debajo de ese otro país con forma de río que se llama Gambia y que en los mapas parece una mueca de Senegal. Iremos a la región de la Casamance. Aterrizaremos en Ziguinchor, su capital, y nos desplazaremos a las islas de la costa y a los campos del interior. La Casamance ha sufrido durante más de 20 años un conflicto que enfrentaba al Gobierno de Dakar con los que querían la independencia de la región. Ya digo, por debajo de Gambia y por encima de Guinea Bissau. Después de dos décadas de violencia la comarca ha quedado asolada y medio desértica. A los desplazamientos hacia los países limítrofes y al abandono de pueblos enteros hay que sumar la ya de por sí complicada situación geográfica y las dificultades de acceso que, desde siempre, ha tenido la Casamance. Pues bien, aquí grabaremos uno de los grandes proyectos que la AECID (Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo) está sacando adelante con la colaboración de la ongd Manos Unidas para recuperar a las personas que se fueron y para procurar que renazca la vida económica, social e institucional.

 

Son sólo quince días, pero si la huelga de futbolistas no lo impide, me perderé los últimos partidos de mi querido Atleti, la fiesta madrileña en la pradera de San Isidro y algún que otro evento familiar. A cambio, la vida me regala alejarme de la insidiosa y barriobajera campaña electoral que se avecina. Me voy con el voto pensado. Cuando regrese depositaré mi papeleta a favor del Partido por un Mundo Más Justo (no es broma, ya les he votado más veces) cuyo objetivo principal es acabar con la pobreza. Y se puede. Claro que se puede

 

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