OPINIóN
Actualizado 10/05/2015

Me vienen a la memoria dos frases del Papa Francisco: "No os dejéis vencer por el mal y por el maligno"? " Que nadie os robe la esperanza y la alegría". Si se hicieran realidad en nuestra vida cotidiana, el Resucitado y el Espíritu estarían en nosotros fecundando nuevos testigos y nuevas comunidades de referencia. El Papa Francisco nos ha devuelto las ganas de ser buenos y santos, con sencillez y humildad. Cuidando el amor y la ternura en las pequeñas cosas y estando muy cerca de quienes se sienten más débiles y desprotegidos. ¡Gracias, Santo Padre, por ser como eres!

Tenemos que orar por las vocaciones; por todas las vocaciones. Este año, con un lema: "¡Confío en ti!". Nos recuerda una doble verdad: tenemos que confiar en Jesucristo, que es quien nos llama y, a la vez, Él y la iglesia se fían de nosotros. Porque todos estamos "llamados". Primero, a la vida; no somos hijos del azar o la casualidad. Estamos aquí porque Dios nos amó desde siempre. Segundo, llamados a ser cristianos. ¡Qué suerte descubrir y vivir la alegría de creer y la belleza de nuestra Fe! Y, además, cada cual tiene su vocación específica y única: como laicos comprometidos, como religiosos o como presbíteros.

Recientemente, al Papa Benedicto XVI le dio tiempo a escribir un bello y sugerente mensaje con motivo de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Nos habla de que las vocaciones son un signo de esperanza fundada en la fe y en la fidelidad al Señor y nos recuerda que tenemos que estar siempre abiertos al amor de Dios manifestado plenamente en Jesucristo. ¿Qué sería de nuestra vida sin el amor de Dios??

Y, finaliza su reflexión, uniendo resurrección y llamada a las vocaciones: el Resucitado pasa por los caminos de nuestra existencia y nos llama: "Ven y sígueme"(Mc 10,21). Esto implica sumergir nuestra propia voluntad en la voluntad de Jesús, darle verdaderamente la precedencia en nuestra vida, y colocarlo en primer lugar en todo lo que hacemos. Porque solo desde esta "comunión de Vida de Jesús" se puede vivir la vocación personal a la que nos ha llamado. Ojalá los más jóvenes, en medio de tantas propuestas superficiales y efímeras, encuentren valores que merecen la pena y, lo más importante, su propia vocación. Oremos de verdad y con fuerza.

La oración, además de ayudarnos a crecer como personas y comunidades, es garantía de que, con ella, el Señor de la Llamada nunca abandonará a su Iglesia, y a la humanidad, con nuevas y santas vocaciones a todos los estados de vida cristianos

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