La mañana llega, y es domingo.
Levanta el párpado la hora y trae vocación de pluma de ganso, de apéndice angelical, de dulce ruptura de cristal.
El sueño rompe mullido, crujiente, recién horneado entre las sábanas; como tú entre mis labios, ignorada semanal, consabida compañera siempre, y hoy nave sideral.
Así fue el instante de los que pisaron la nueva tierra allende los mares, u otros astros allende los cielos. Así
iza su bandera en el rojo lunar del calendario nuestro ánimo, y así proclama su homilía redentora el estaño de la luz.
Es momento de leves cónclaves en las prensas de los ojos, del alegre revolotear de las páginas de los periódicos, del ungido del óleo de la tinta, aunque sea virtual.
Es día de gastronómicos festejos: de espumas de cielos, emulsión de aires, bouquet de cotidianidad con cierto regusto en boca al tanino de la posibilidad, y de dar mucho nitrógeno líquido al torrezno laboral.
Nací en domingo, me dijeron, y el almanaque no lo desmiente.
He aprendido a aceptar lo que me quiere enseñar la edad: a recuperar los domingos de la niñez sobre los juveniles funerales del sábado.
Ahora queiren volver los dominicales de las abuelas, allá en La Alberca o en Abusejo, con sus bautismos de estropajo y jabón lagarto,la aplicada derrota de la roña semanal,la ropa con olor a membrillo y mano de madre,las confidencias remotas de la colonia, las inspiradas geometrías de los peines en las niñas, unos cinco duros de una paga que era un Potosí, unas pipas, la sagrada sábana del cinema en el salón parroquial.
Es domingo,sí. Levanta, amigo, que hoy toca remuda en el alma.