Juan del Álamo corta una oreja con la mansada de El Cortijillo
Predicaba en la montaña -o eso dicen las Escrituras- un hombre que traía un mensaje nuevo, basado en la humanización del antiguo, ya muy manoseado por los que gobernaban la palabra. Derramaba parábolas de vida ese hombre al que mataron por peligroso para el estatus establecido. También hoy le pitó un sector del tendido madrileño al hombre que vino a predicar con la muleta y a dar su vida en la arena para convencer al vulgo. También ese, el charro adusto y seco, golpea el cimiento del poder cada vez que tiene ocasión.
Hoy lo hizo Juan del Álamo, que pregona en la montaña madrileña a base de golpear y golpear a la puerta sin que terminen de derrumbarse los goznes. Un día le bajará la marea a quien siempre le sube hasta el cuello, planteando prueba y prueba al que las pasa con holgura pero con tesón. Tendrá que ver en el asunto que se encontró con los mansos, muy presentes también en el pregón de la montaña, donde se les bienaventuraba por limpios de corazón y espíritu. Un poquito de mala leche le hubiera venido pintada a la franela mandona que se asentó en el anillo. La de Juan, al menos, salió premiada.
Lo hizo porque le vio pronto el de blanco y plata la movilidad emotiva al castaño tercero, que no fue bueno, pero sí largo. Con su amplia badana, su lomo largo, su carne prieta y su seria expresión de manso que embiste. Hacia adelante se le vino en la distancia que gusta en Madrid. Y allí lo recogió Juan sin echar atrás el pie, girando talón y presentando tela sin perder maldito el paso, ganándolo en ocasiones para que permaneciese el bicho metido en el trapo. Una, dos, tres, templando el cuarto del que ya se quería ir, soltando muleta al morro y quedándose en los de pecho con el toro en las hombreras. Fueron cuatro series en una diestra muy diestra, con más mando que profundidad, con más voluntad que excelencia, con más valor que abandono, con más entrega que latido. Una estocada en la cruz le coronaba otra tarde, una más en el el templo del sanedrín, donde un derrote seco le midió las cotillas y el resuello por querer el premio completo. Y aún le pitaron algunos el despojo paseado. Con esos de nada sirve predicar.
Como no le sirvió de mucho a Pepe Moral pregonar pureza muy pura en seis naturales de muerte presente sólo entre él y el toro, que nada le regaló al sevillano y aún así se quedó sin ellos. Tiene Moral el toreo grabado a fuego en el alma, y no sabe interpretar parodias cuando no hay material para hacerlo. Pepe se juega los muslos proponiendo su concepto. Con el bueno, con el malo y con el regular; y el segundo no era más que mediopensionista. Por eso a las dos tandas zurdas les faltó la rotundidad del un buen remate en acero. Porque luego pregonó en el quinto sin auditorio presente. La desconexión entre el toreo y el toro fue tan presente como la ausencia de raza. Y a una tarde de gran solidez le faltaron los dos toros.
No le vinieron de más a la facilidad valerosa de Adame para andar ante la cara. Tiene el mexicano argumentos para pregonar con solvencia, pero esa misma verborrea le ningunea importancia cuando tiene que bregar. Lo hizo hoy con un inicio por bajo de recortes imperiosos al abreplaza montado, cornalón y descarado. Lo hizo con la lidia por abajo al espeso cuarto de viaje nulo. Ni uno ni otro le pasaron del embroque para pronunciar palabra siquiera en el pregón de los justos. Una bala más tiene el manito en el arma, porque ya no será entonces el discurso de la paz.
Para paz la que dejaron los seis toros de los Lozano una vez los destazaron en el cuarto de detrás. Porque las hemos visto y veremos hasta más mansas que esta, pero podría, como mal menor, cuidarse la presentación. No es lo mismo corrida seria -un par de toros los fueron en la escalera toledana- que encierro bien presentado. Y hace falta dar ejemplo para poder predicar.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, primera de abono. Tres cuartos de plaza muy justos.
Cuatro toros de Lozano Hermanos (segundo, tercero, cuarto y quinto) y dos de El Cortijillo (primero y sexto), desiguales de presencia y tipo, mansos de comportamiento en general. Manso, remiso y protestón el primero; manso pero de obediencia humillada el segundo; emotivo en la humillación a menos el rajado tercero; bruto, rajado y protestón el cuarto; largo y humillado pero soso el quinto; pasador sin clase ni entrega el deslucido sexto.
Joselito Adame (caña y oro): silencio y silencio tras aviso.
Pepe Moral (gris plomo y oro): silencio tras aviso y silencio.
Juan del Álamo (blanco y plata): oreja tras aviso y silencio.