OPINIóN
Actualizado 09/05/2015
José Ramón Serrano Piedecasas

Siempre la ceja enhiesta, la voz altanera. Cuando te "pones", quiero decir, cuando desciendes y reconoces a algún miembro del pueblo (normalmente camareta o limpia) te sale esa vena tan señoritil y ganadera: "Oye mariquita ponme un JB, pero bien lleno. Qué eres un mariquita. Que te conozco". Y el bautista de turno se siente halagado y se dice: "¡Este es un señó, señó de verdá¡" Más que altanera la voz, diría ser rotunda, definitiva, inapelable. Lo digo por la entonación y no por los conceptos que salen de esa boca que suelen ser muy triviales y propios de alguna casposa tertulia. Siempre me ha asustado esa entonación que acompañan tus dichos.

Una mezcla de agresividad contenida y prepotencia. Una mezcla discursiva que me recuerda a Don Francisco y a Don José Mari, ambos ya extintos. En suma algo inquietante. Siempre me asustó ese tono en ti, repito, inapelable. Esa contundencia que proporciona el privilegio hecho carne. Qué voy a contarte que no sepas. Me refiero a lo de la rueda de la fortuna: hoy arriba, mañana abajo. Ayer una ganadería de toros bravos, un título incluso ¿Te acuerdas? Te acuerdas una vez que ibas a lomos de una vespa conducida por tu chófer y paraste y descendiste de tu precaria carroza para advertirme: "Sabes tengo el coche averiado y tenía que venir a Salamanca?." Te acuerdas una vez en el barrio chino, hace un siglo de eso, encendiendo un cigarrillo con un billete de cien pesetas. Encendiendo un cigarrillo acojonado, sea dicho.

Enfrentabas al hecho. Y los hechos no te van, solo los dichos. Seguimos querido remontando la áspera senda: ¡boom¡ el batacazo. Nada de extraño por esperado. Una secuencia ya descrita en el libreto dedicado a los "hijos de papa o de papá". Si bien, en este caso, por su pureza y extremosidad, ejemplar: chanchullos aireados, amigos, familiares estafados, teléfonos afónicos, ruinosa ruina, "aquí tienes tus maletas", "lárgate",etcétera. Tan arquetípica que  resulta hasta expresionista. Estoy convencido que algún habitual de un bar de copas, sabedor de tus andanzas, exclamaría: "¡Coño, este tío es un cachondo¡" A quien responderías, si te dejan, puro en boca, guiñando un ojo a los abonados de barrera: "Pues sí, que me quiten lo bailao".

Admirable punto y pelota. Dicho admirable en el que los de "siempre de allí arriba (más bien arriboira)" se reconocen en los de "siempre del todo abajo". Matrimonio indivisible, mismos genes, mismos memes, ambos al margen de las buenas hechuras. Admirable por ya sabido y una vez más escenificado: "Oye tío esto de los curas, eso que para hacer peleas hay que romperse el lomo o que la justicia es igual para todos es una gran coña" Y lo malo del asunto es que unos y otros tenéis razón. En lo que no la tenéis es en el tendal de víctimas que dejáis por el camino. Más vosotros que ellos, pienso. Más vosotros los señoritos toreros, quiero decir.

Porque los otros, los de abajo, lo más que se dejan son a ellos mismos por alguna alcantarilla. En todo caso la mayoría de las ovejas descarriadas de buena cuna, como tú, vuelven al redil. Pocas quedan a lo Bukovsky cantando "la bien pagá", de madrugada, por alguna esquina. Y, sin embargo, éstos, sí que conservan un ápice de dignidad indigna. No fue tu caso ¡No¡ Tu, susodicho, te "conviertes". Lo numinoso roza tu frente. "El Señor en su infinita misericordia, dices contrito, me golpea de manera tan cruel para abrir mis ojos a la Verdad" Y, una vez más, te sientes señalado por el dedo del Altísimo. No podía ser de otra manera. De un plumazo, tu vida adquiere así sentido. Dos, tres golpes de pecho, alguna lágrima furtiva, una confesión general, la misa de los domingos?. y ese dinerillo por algún lado escondido aliviando desaires.

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