OPINIóN
Actualizado 08/05/2015

Se dice de nuestro país que es de los más pacíficos del mundo, y está claro que así es si lo comparamos por ejemplo con Estados Unidos o con Venezuela: a su lado, España es un país seguro, no me cabe duda. Pero esa no es la cuestión, sino la percepción que tenemos quienes vivimos aquí: cuando nos preguntan, nadie duda al contestar que vivimos en una sociedad violenta, y protestamos, pero pocas veces nos preguntamos por qué.

La violencia se siembra, es un proceso, no son hechos esporádicos que aparecen sin saber por qué, tiene un clima que la precede y desemboca en los actos que nos alarman: violencia de género, violencia familiar, violencia en la calle protagonizada por pandilleros o bandas, violencia organizada por mafias, violencia en la escuela: ¿saben ustedes que la causa habitual de bajas de profesores es la violencia que contra ellos ejercen alumnos desbravados, a quienes por otra parte protegen y hasta jalean sus protectores padres?: mi hijo es un chaval estupendo, será cosa del maestro que no le entiende, que está anticuado y no se adapta a las inquietudes de los chicos de ahora.

Esos chavales que viven en la soledad de su habitación ante un ordenador abierto a las mayores aberraciones ?también un posible instrumento de educación, bien utilizado- en el ámbito de la violencia sexual, del acoso, de la ludopatía, del sinsentido. ¿De qué manera nuestra inhibición en esa intimidad incontrolada, desemboca a veces en noticias que nos alarman y de las que nos escandalizamos, pero de la que nos hemos desentendido y que abocan a finales que deberían cuestionarnos por nuestra cuota de culpabilidad?

Nos quejamos de la violencia pero no ejercemos un juicio crítico y autocrítico de sus raíces: tal vez nosotros hemos contribuido a ayudar a que crezca. En el fondo una sociedad enferma, autosatisfecha y acrítica: no hay que reprimir, los instintos no son malos, ya nos machacaron a nosotros: démosles una oportunidad de demostrar que desde la pura libertad se alcanzan mejores resultados. Palabrería irrestricta que esconde un vacío existencial: libertad sí, pero para qué, con unos objetivos, con una metodología, acompañada de la responsabilidad, del respeto a los otros, guiada por el trabajo y con unos objetivos. Una libertad sin fines es una no libertad, conduce al caos personal y a la frustración, y de esta a la violencia media un paso.

¿Y el amor?, ¿no tiene nada que ver esta sociedad profundamente violenta, desnortada, depresiva y hundida en el escepticismo, con una falta de experiencia del amor, en su dimensión más profunda que supone negar el yo a favor del tú, ceder ante la debilidad y no aplastarla, contemplar al otro como un misterio que debiera movernos a la admiración y no a su aplastamiento? Amor personal que se traduce en capacidad de querer cambiar las entrañas de competitividad estresante que mueven las tripas del mundo, en compasión, acompañamiento y cercanía a los demás. ¿De qué nos vale ganar el poder, el sexo y el dinero, si perdemos lo único importante que es el ser humano por sí mismo, el milagro del ser humano y de la vida?

Sí, me quejo de este mundo violento, pero no quiero solo quejarme, quiero hacer algo porque sea distinto. Cuando salga a la calle, mostraré mi mejor sonrisa a quien se me acerque, tenderé con fuerza la mano a quienes me salgan al encuentro, trataré de hacerle ver a esa mujer, a ese hombre, a ese niño, que si están aquí es por algo que merece la pena. Espero que mi mirada no rehúya nunca a nadie que la necesite.

Marta FERREIRA

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