OPINIóN
Actualizado 07/05/2015
Toño Blázquez

Ya lo escribió un día el lugarteniente del popularismo andaluz, Manuel Benítez Carrasco: "qué mansa pena me da, el puente siempre se queda y el agua siempre se va". El agua, el agua. Yo estoy convencido que ese avión chino de las trescientas almas  está allí, en el agua, jugando con las cinco sirenitas amigas de Alfonsina. Es la metáfora hermosa del agua, su vaivén, su viaje y su misterio, el lazo que engalana como un regalo el último librillo de versos de Isabel Bernardo: "Tiempo de migraciones", con embeleso y diseño de portada y contra de José Amador Martín, artista de la luz y de la imagen. 

He leído poco de Isabel, confieso. Quizá por eso el no visualizar obra pasada me de libertad (no tengo referentes) para discernir sobre estas migraciones que edita guapamente Hergar, ediciones Antema, y que viene a explicar en pocas páginas (63) la estructura temática y lírica que alza Isabel Bernardo para ofrecernos su visión vital y el universo por el que vuela como un hada luminosa para enseñarnos historias hermosamente viseladas. Y creo que el agua es un acertado cicerone para acompañarnos en el viaje, "por alimentarme de río, me hice astuta sed", dice la poeta. Adjetiva el agua (Agua, cruda, Agua nieve, Agua blanca, Agua dulce, Agua sal?)  y en cada escenario hay una seducción de necesidad espiritual. Soledad, silencio, amor familiar?la evidencia de que nada permanece, todo cambia? Al final los componentes esenciales, la argamasa, de lo esencial del género humano.

 Tiempo de migraciones es, creo yo, además, un robusto canto ecológico, una oración letal al campo charro, ecosistema que conoce bien la autora.

 Nosotros  estamos pero migraremos un día no se sabe donde, pasaremos?

 

Cesarán las nieves y se despegarán

las flores nuevas

en las agujas de los rosales.

La vida,

fecunda o estéril,

no se detendrá.

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