Aquí, en plena caída de dioses y sin un Mann que lo escriba ni un Visconti que lo lleve al cine. Y eso es lo malo. No que caigan dioses con más o menos estruendo, sino que el panorama tampoco esté para sensibilidades que narren esto con descarno, precisión y sensibilidad para hacerlo trascender. Quizás este nuevo ocaso de personalidades históricas y variadas lleve consigo otro ocaso bien gordo de talento para guionizar o novelar todo lo que pasa. Aquello de si primero el huevo o la gallina.
Lo más que llegamos ahora al tal Segura y sus torrentes de histriones para definir algo de modo tan chusco. O los celebrados apellidos vascos (creo que ocho) para desdramatizar algo tan hiriente como las prepotencias nacionalistas y excesivas soberbias comunitarias. Eso como mucho.
No acabamos de atisbar en el panorama de la lengua española un Mann en condiciones (ya quisiéramos) que se pusiese y describiera con sabiduría, sensibilidad y altura, qué pasa con nuestra sociedad decadente (y con todas las retorcidas sociedades que conforman nuestro sistema social, valga este galimatías), qué valores se pierden y cuáles emergen, y adónde pueda ir a parar esto. Tampoco sabemos bien dónde puedan estar las verdaderas amenazas de un mundo de valores en destrucción. Aparecen y desaparecen gurús sin altura (ni física ni moral ni intelectual) para intentarnos reconducir por caminos muy dudosos, pero estos tampoco tienen la suficiente enjundia para ser protagonistas de una novela histórica de envergadura. Superministros, empresarios, familias de abolengo, aristócratas de rango que estaban corrompidos de valores, poder y de dinero, que acaban en juzgados o en la cárcel (los menos), y que nos habían hecho creer en un sistema tan lleno de agujeros. Y mientras, nosotros, los de a pie, tan crédulos, y sin un Mann ni un Visconti a mano para bien describir y removernos las meninges algo más y algo mejor. O un Berlanga, como mal menor. Lástima.
Fotografía: Fernando Prieto