OPINIóN
Actualizado 06/05/2015
Manuel Alcántara

Una niña y un niño de apenas tres años de edad disputan el uso de un tobogán. El niño impone su posición arriba no dejando subir a la niña. Al rato esta consigue su propósito y desciende feliz por la rampa en cuyo final aquel la espera para increparla. La niña le contesta con un cachete. Dos padres vigilantes. El agraviado, porque su hijo ahora llora, abronca al padre de la niña. Pero no se trata de una recriminación usual, está cargada de odio: "Vosotros los emigrantes lo jodeís todo, ¿por qué no os vais de una vez?" El padre de la niña es mulato, pero prefiere no entrar en esta parte del percance y solo responde: "Son cosas de niños". El padre del niño no escucha, continúa su retahíla de insultos.

Esto no ocurrió en un barrio londinense donde Ukip mantiene un buen caudal de votos, ni sucedió en un barrio marsellés, caladero del Frente Nacional, ni si me apuran aconteció en el Raval barcelonés. Acaeció mucho más cerca, en un parque salmantino. El huevo de la serpiente lleva incubándose hace tiempo y solo estas historias mínimas son la evidencia de su alarmante progreso. Cuando oigo decir que en España las cosas son diferentes, que lo que acontece en otros lugares no tiene nada que ver con nuestra realidad, que el racismo no está presente en la agenda pública, lo pongo en duda. En la permanente superchería en que actúan buena parte de nuestros políticos es habitual que surjan tics que hacen explícita su inequívoca posición. Tal es el caso cuando se posicionan ante los que duermen en la calle o frente a quienes siendo extranjeros requieren tratamiento médico.

Los barcos que deberían estar desguazados, las pateras con personas desesperadas  que atraviesan el Mediterráneo desde la vertiente sur al confortable norte son la cara de la misma moneda. Un espacio de ignominia, de autismo político, en el que la complicidad es de todos. Si se sostiene gratuitamente que el emigrante nos quita el trabajo, que su consumo de salud pública es un engorro en las salas de espera de nuestros hospitales y en el gasto sanitario, el padre del niño del parque salmantino no es sino el epítome plenamente coherente de un estado de cosas inmoral. Si se mantiene como único argumento el "¿qué se les ha perdido aquí?", el parque es un espacio de infamia.

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