OPINIóN
Actualizado 03/05/2015

El agrio ulular de mi televisión (Accésit del VIII Certamen de Creadores por la Libertad y la Paz contra el terrorismo, de Sevilla)

Una voz se oye en Ramá, lamentos

y llanto amargo. Es Raquel que llora

a sus hijos, que rehúsa consolarse

con su pérdida porque no existen

JEREMÍAS 31, 15

 

1

Súbita luz letal, fulguración

de la fría materia de la muerte que avanza

como candente hierro fúnebre sobre los paisajes

vulnerados de mi casa y nos inunda y ciega

con su revelación cuando cae

la noche en los telediarios.

 

2

Luz letal y súbita que llega

a través del agrio ulular de la televisión

cuando mis hijos y yo habitábamos

ese cielo dulce de los príncipes azules o el paisaje

encantado de Las mil y una Noches

y dicta, estremecida,

su sentencia.

 

3

Luz letal, heraldo de los ciervos

heridos por la muerte, que llega y nos invade

y nos deslumbra y ciega

y ya nos ha matado a mis hijos y a mí,

ya estamos muertos, ahora

sin sonrisas ni mágicas

alfombras, cuando aún era abril

en las paredes rosa de mi estancia.

 

4

Porque la muerte, aunque hedor

amarillo traído de tan lejos, engendra

también muertes, en la noche

o al alba, en las cuencas

deshabitadas de nuestros ojos, cuencas

envilecidas por la lepra contagiosa

de este tantán asesino de la televisión.

 

5

Ya nos ha matado, ay, a mis hijos y a mí

esa luz gris, fulgente, como si dientes

de hiena descuartizando el aire,

sin antes habernos podido despedir

del exangüe caballo elegíaco de El Guernica

(justo detrás, arriba, de la televisión, barata

reproducción de calendario), que escupe

aullidos por los ojos sobre los aullidos

picassianos de la mujer gris, enmudecida,

madre yerma del hijo desnacido entre sus manos.

 

6

Muertos mis hijos y yo en mitad

del fulgor cainita del telediario

sin antes haber aprendido a morir

de esos brazos en cruz que crucifican,

como si un camposanto de amapolas en sangre,

la ancha, torva geografía de mi cuarto de estar

con Los fusilamientos del tres de mayo.

 

7

Si nos hubieran anunciado las sirenas

el olor fúnebre, amarillo, de la muerte

que llega en rompeolas tras de los trémulos

bramidos de la televisión descuartizada por los rayos,

hubiéramos aprendido a morir de esos ojos anónimos

gritando, balbuciendo terrores -sólo luz,

pero luz herida; sólo mirar, desorbitado- con que Goya

resucita en mis estancias cada día

la testamentada costumbre de la sangre.

 

8

Ya estamos muertos por la luz súbita y letal

que nos despierta, como un hierro candente, de la eterna

sonrisa donde habitábamos

a esa hora huérfana, desnuda, del duermevela.

Ya estamos muertos sin haber aprendido a morir

de estos poemas rotos, ángeles quebrados

de cobriza melancolía, sanguinolentos

cuajarones de ira, de César Vallejo -España,

aparta de mí este cáliz- que gritan

con sus blancos pañuelos desgarrados, roncos

de dolor y derrotas, desde una balda

alta, acobardada, de mi estantería.

 

9

Ya estamos muertos, sí, mis hijos y yo

por el súbito y letal fulgor asesino de la televisión.

Y abiertas nuestras carnes en canal como si

reses, fulminados también, al son

elegíaco de los trombones amoratados del Requiem

de Mozart, nos subimos, de rodillas, al fúnebre

desfile de las víctimas, una por una abrazadas, fundidos

nuestros rostros con sus rostros en luz, heridos, eternamente

esculpidos en el éter de mi cuarto de estar.

 

Fotografía: La TV, de Hipólito Martín

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