"La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad del Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo". Así se refiere en uno de los "sumarios de los Hechos", con el que se cierra la primera lectura de la misa de hoy (Hech 4,11-12).
Es un panorama que rezuma la armonía de una vida cristiana fervorosa y consecuente. Lo cual no significa olvidar y negar las persecuciones que desde el primer momento se abatieron sobre los apóstoles, sobre Esteban.
Pero más que la paz exterior nos encanta esa nota sobre la armonía interior de una Iglesia que crece y se desarrolla. Es una comunidad que confía en la fidelidad que el Señor le muestra cada día. Y que trata de responder con fidelidad a la elección y a la vocación que ha recibido.
Claro que nada de eso habría sido posible sin la fuerza experimentada en Pentecostés. Tampoco hoy será posible crecer en la fidelidad si no nos ayuda la gracia del Espíritu Santo.
LA VIDA Y EL FUEGO
A ese recuerdo agradecido corresponde de alguna manera la palabra de Jesús que se proclama en el evangelio de este quinto domingo de Pascua (Jn 15,1-8). En ella se nos recuerda la necesidad de ser fieles al que es la fuente de nuestra vida,
? Jesús se nos revela como la verdadera vid. Era esta una imagen muy querida por su pueblo. Los profetas habían identificado muchas veces a Israel, con la viña plantada por Dios. Una viña de la que él esperaba los mejores frutos y de la que solo recibió agrazones. Jesús es la nueva y definitiva vid.
? Los discípulos de Jesús son comparados con los sarmientos. Cuando están unidos a la vid reciben de ella la savia de la vida y pueden producir los frutos esperados. Si los sarmientos se separan de la vid, se secan, no pueden producir fruto por sí mismos y no tienen otro destino que arder en el fuego del hogar.
La alegoría se aplica a todos nosotros. Sólo nuestra soberbia nos hace pensar que estar unidos a la vid, que es Jesucristo coarta nuestra libertad. Pero esa sería nuestra perdición. La fidelidad al Evangelio y a la Iglesia es la fuente de nuestra vida y la garantía de los frutos.
EL PADRE Y LOS DISCÍPULOS
Este mensaje nos interpela. Sobre todo, porque la alegoría evangélica no se detiene en una amenaza de condenas y de fuego, sino que se abre a una hermosa perspectiva:
? "Con esto recibe gloria mi Padre". Jesús alude muchas veces a la gloria de su Padre. El Papa Francisco nos ha dicho que demasiadas veces buscamos nuestra propia gloria. Pero no es ese el deseo del Señor. No está en eso nuestra felicidad.
? "Con que deis fruto abundante". Demasiadas veces se acusa a los cristianos de una presunta esterilidad. Se dice que no contribuyen al progreso y la cultura. No es cierto. Jesús quiere que demos frutos de paz y de justicia, de verdad, de bondad y de belleza.
? "Así seréis discípulos míos". Jesús decía que la fe no consiste en meras palabras, sino en las obras concretas, en las que se manifiesta nuestra aceptación de la voluntad de Dios. Es decir, en la fidelidad que nos mantiene unidos a la vid.
- Señor Jesús, te reconocemos como la Vid de la que brota nuestra vida. Sabemos que sin ti no podemos dar los frutos de la fe, de la esperanza y del amor. No permitas que nos apartemos de ti. Amén. Aleluya
José-Román Flecha Andrés
MARIA, RESUMEN DEL EVANGELIO
"El nombre de la doncella era María". Así nos la presenta Lucas (l,27). María de Nazaret. Millones de palabras se han dicho sobre ella. Pero al comienzo sólo la abraza el silencio. Su infancia le pertenece sólo a ella. El nacimiento de su hijo es un hecho confidencial.
Estaba desposada con José, el artesano. Fue en ese tiempo cuando Dios irrumpió en su existencia. El mensajero de Dios la saludó con el título de "llena de gracia". La que disfrutaba del favor de Dios. Se le confiaba una misión: dar a luz un hijo, a quien había de poner por nombre Jesús.
"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". No cabía otra respuesta terrena a la propuesta celestial. Una nueva Eva aceptaba los planes de Dios para un mundo renovado. María es la creyente que escucha la palabra. María acoge en su seno y ha de dar su propia sangre a la palabra que ilumina y salva.
Su pariente Isabel la saluda con el elogio más certero y la bienaventuranza más bella: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,46). Ha concebido a Dios en su vientre, porque ha aceptado a Dios en su mente.
María del camino. María de los caminos. María camina hacia Belén para ofrecer al mundo un Salvador, para mostrarlo a los pobres y marginados como los pastores, para presentarlo a la veneración de los lejanos y los entendidos, como los magos, para ofrecerlo a Dios como primicia, para aprender las rutas del exilio.
María sale al encuentro de Jesús cuando su presencia parece haberse perdido. Entre la angustia y el asombro, pregunta por el sentido de su ausencia. En silencio conserva en su corazón el aliento del misterio. Ella es la parábola de todos los caminos, de todas las huidas, de todas las búsquedas, de todas las preguntas.
Entre el barullo de la fiesta de Caná, sólo dos frases de María. Una para su Hijo: "No tienen vino". Otra, dirigida a los sirvientes: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,1-5). Dos palabras para una misma confianza. Atenta a las necesidades de los hombres, vive en la intercesión y la súplica.
Los caminos de Jesús habían de llevarlo hasta la entrega de su vida. En pie junto a la cruz, María recibe las últimas palabras del Hijo. Siempre lo había hecho. Pero ahora recibe también, con ánimo generoso, al discípulo amado de su Hijo (cf. Jn 19,25-27). Fiel a su Hijo y Señor, recoge su testamento y se mantiene abierta para albergar a la humanidad.
Un fragor como de viento impetuoso. Un resplandor como de lenguas de fuego. Y el Espíritu Santo se posó sobre cada uno de ellos. La fiesta de la siega, o de Pentecostés, se convertía en la fiesta del envío. Comenzaba la misión. Y María está allí, en silenciosa plegaria, como gestando la nueva comunidad.
María es el resumen del Evangelio. El paradigma del Evangelio. Lo suyo era la escucha de la palabra de Dios. De aquella palabra dependió su vida.
José-Román Flecha Andrés