Siempre que voy a mi pueblo, me tropiezo con alguna novedad por nimia que sea, pero cada primicia se me prende en el alma y regreso contento. Nunca comprobé que la golondrina es el pájaro más madrugador de la pajarería de mi pueblo. Sabía que el dormilero anunciaba la hora de acostarse, pero la de levantarse, aparte de la campana de la Virgen de la Encina, no tenía noticia, y lo he podido constatar este año. Los días, que pasé en mi casa rural, a las cinco y media de la mañana, una golondrina se posaba en la barandilla del balcón y me desperezaba con el concierto melodioso y chirriante de sus trinos; cuando sentía que bostezaba, se iba al balcón del salón, y se despegaba de inmediato, porque se percataba de que allí no dormía nadie; y volaba hasta el tercero, pero, en esta, no hallaba auditorio por ausencia juvenil; y volvía al mío, para evitar que me diera la vuelta. Y, en este trajín estaba, cuando reparé que su canto, repiqueteado, era un aviso: se acercaba el momento en que ella debía arrancar las espinas de Jesús, pendiente de la Cruz. Era el Viernes Santo de madrugada y el ritual apócrifo así lo indicaba. No me levanté, porque, en mi confusión, no sabía en qué lugar concreto se celebraba el evento.
Al día siguiente, volvió la golondrina y a la misma hora, su canto no era un anuncio, fue toda una regañina por no haberla acompañado en la conmemoración espinosa. Y mi pereza no le debió parecer muy bien, pues siempre, que doy un vistazo a la casa, me encuentro un reguero de excremento a lo largo de las tres ventanas de la misma intensidad y hacinamiento.
Y mira porqué, esta mañana, a la misma hora, a las cinco y media, vuelve la golondrina a mi balcón. Su trino es silenciado, para no despertar al vecino, y me formula una pregunta: "¿Oyetú, cuál es la violencia más hiriente y espinosa, la que destroza escaparates, cajeros y contenedores o la que desvalija dignidades y derechos básicos o la que expolia el pan y la sal a tantas familias honestas de esta sacrificada comunidad?"
Me desperecé del todo, y mi respuesta fue espontánea:
"Mi ayo Patronio, maestro en las artes de la moral y de la ética, me alecciona que debo condenar todo tipo de violencia, incluso aquella que se esfuerzan en justificar y santificar los caldobalderos de las ondas".
Sentí como la golondrina emprendía el vuelo, dispuesta a arrancar todo tipo de espinas de la viña del señor, y me relajé.