OPINIóN
Actualizado 30/04/2015
Rosa García

Un chiste muy viejo decía así: "Cierto hombre se pasaba el día rezando a su Dios pidiendo, por favor, que le tocara la lotería. No deseaba un gran premio, aunque vivía con sencillez no le faltaba de nada, solo quería una pequeña satisfacción que le permitiera darse algún capricho. Dedicaba horas y horas a semejante plegaria sin que se cumpliera su petición. La falta de resultados hacía tambalear su fe, que iba y venía de la súplica al enfado pasando por el sentimiento de abandono. Su estado de desconsuelo llegó a tal extremo que su Dios se apiadó de él y se le apareció en sueños. Como sabemos que en los sueños puede pasar cualquier cosa, el hombre no se asombró al tener ante sí a su creador y le preguntó el motivo por el que le negaba tan humilde ruego, a lo que su Dios contestó: Eres grato a mis ojos y desde el primer momento accedí a tu petición, pero para que te toque la lotería ¿no crees que alguna vez deberías comprar un boleto?"

Los años de bonanza que vivimos hasta que comenzó la famosa crisis han tenido muchas, muchísimas cosas buenas pero, como nada es perfecto, también tuvieron al menos una mala: nos olvidamos de que las cosas, los ideales, se consiguen con esfuerzo, muy pocas veces a la primera, y en ocasiones ni siquiera se consiguen.

Ya se trate de cuestiones materiales o emocionales, la consecución de objetivos va precedida de un trabajo de pico y pala, de sudar la camiseta, de renuncias y sacrificios. Como demostración de que esto ha sido así desde que el mundo es mundo, nuestro alegre refranero, basado en la sabiduría popular, está lleno de consejos al respecto: A Dios rogando y con el mazo dando, El que quiera peces que se moje el culo, Primero es la obligación y luego la devoción, o el que repetía continuamente una profesora de la infancia: Haciendo y deshaciendo la niña va aprendiendo.

Aunque lo dicho hasta aquí son verdades como puños, todos sabemos que el factor suerte también juega en esta partida, y su caprichoso comportamiento puede echar por tierra nuestras expectativas y el empeño en conseguirlas. Y aquí es donde entra en juego la inteligencia, imprescindible para ser realistas en nuestras aspiraciones, para buscar soluciones y alternativas, para dosificar el esfuerzo y para que dicho esfuerzo resulte eficaz y eficiente.

Por eso la sentencia que más me gusta no forma parte del refranero, se trata de una frase que se convirtió en el lema de vida de un hombre de esos que se hacen a sí mismos: La mala suerte existe, la buena hay que buscarla.

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