Para piquituertos y ardillas esta semana marca el comienzo de la vida regalada: los piñones que han tardado de dos a tres años en madurar se ofrecen con su inmenso poder alimentario a quienes los comen. Por suerte es ahora cuando el más glotón consumidor de pinos, la oruga de la procesionaria, se encamina en fila india a sus refugios subterráneos.
Lo que era hierba comienza a ser espiga: está encañando el trigo.
Apenas queda un rincón sin cubrir de verde. Incontables gramíneas y tréboles tapizan suelos y miradas. Las orquídeas lanzan sus malvas, rosas y blancos hacia arriba con técnica de surtidor. Luego nos parecen insectos quietos que atraen a los que vuelan. Acompaña a las exóticas flores la plenitud anual de las retamas negras, que a menudo llenan el aire de un olor dulzón. También vemos florecido el rusco y el ajo y la malva silvestre. Pero a veces hay una porción del herbazal que salta y atrapa algún insecto. No se trata de planta carnívora alguna, sino que el casi críptico lagarto ocelado ya está en plena actividad.
Álgido momento para las garrapatas que afectan a casi todos los mamíferos y no pocas aves. Coinciden con las primeras generaciones de mariquitas, que se ceban de inmediato con pulgones.
Ya revolotean los pollos de cárabo. Nacen los primeros cervatillos del año, al tiempo que se van destetando los zorros.
Las amansadas aguas de los arroyos se van cubriendo de lo que acabará haciéndolas invisibles: los ranúnculos blancos. Y en su seno hay un alboroto silencioso. Casi todas las especies de insectos acuáticas están apareándose. Ditiscos, notonectas, girínidos y aclaradores, a veces en revuelta convivencia, copulan para poner sus huevos pocos días más tarde.