No te preguntes qué puedes hacer por España; pregúntate qué puede hacer España por ti.
Si yo fuese político profesional (en un país democrático, por supuesto), me disfrazaría de Robin Hood y me iría a vivir a Las Batuecas. En aquellos idílicos parajes triscaría con los bambis, jugaría al escondite inglés con los centauros, y pintaría dragones en los abrigos de las rocas.
Y cada cuatro años montaría en mi unicornio blanco y saldría por esos mundos con una canasta de La Alberca en la mano diestra repleta de sonrisas, ocurrencias, besos a los niños, subsidios, apretones de manos, subvenciones y promesas; y en la siniestra, cuarto y mitad de polvos de la madre Celestina para desaojar entuertos, desligar maleficios y repartir panaceas universales como el pan de los pobres. Por las noches, agotado de dar voces al viento -aunque feliz de haberme conocido-, retornaría al amoroso amparo de la floresta.
Y ya puestos, el día que me encontrase particularmente inspirado acercaría el Mediterráneo a Salamanca, la arena ya está debajo de los adoquines, y en un santiguarse solucionaría para siempre el problema catalán, los andenes de Vialia serían puerto de mar, y el barrio Sur de Garrido primera línea de playa; o me acercaría a Las Hurdes, y con mi varita de virtudes golpearía el suelo para que se formase en las profundidades de aquella tierra un océano de petróleo Brent; o traería volando al descampado de Los Arapiles un rebaño de elefantes, para construir con ellos el a.v.e París-Lisboa, un hiper de simpatía, y un circo de figurantes.
Estas pasmosas maravillas, y muchas más que os quitarían el hipo de la incredulidad, podríais ver si yo fuese político profesional.