Cuando todavía los robles no han llenado sus ramas de hojas se abre una de las más vaporosas flores del bosque, la peonía: la rosa silvestre a la que podremos contemplar entera durante más de un mes.
Los espárragos silvestres ofrecerán su enhiesta delicia y la mayoría de los árboles silvestres serán fecundados por el trasiego de libadores alados sobre sus flores. Encinas, alcornoques, quejigos, mostajos, arces, hayas..., lodos con ese antojo de colorido que son las flores.
Imbricado con la estrategia de las aguas, que quieren volverse otra vez aéreas, respinga el prado infinito. Verde es color muy verdadero porque funda y fundamenta lo vivo. Glauco es el despertar de lo vital en este periodo: su vestido. Pero se trata de un imperio necesario a la par que transigente con las otras gamas. Porque de la misma forma que el universo brilla en la nada, hay también miles de galaxias de tonalidades salpicadas sobre el verdor de los follajes y las praderas. La flor y la estrella, aunque en franca minoría, apaciguan el ingente dominio de lo monocromático. También hay esparcidos cánticos, murmullos, suspiros y ante todo zumbidos. Al igual que la luz gana estatura, el volumen de lo mirado-escuchado-olido aumenta. La primavera huele a futuro, por eso despierta el sosegado entusiasmo, de lo nuevo.
Que el paisaje está alegre nadie lo duda, de la misma forma que algunos de los escenarios naturales llegan a la euforia al cumplir con la más necesaria de las tendencias, con el mayor potenciador de talento creativo: la vivacidad.