Tuvo Galeano memoria para el fuego y fortaleza de coraza para luchar contra la injusticia.
No por inseparable de la vida y consecuencia de ella, es posible hacer de la muerte costumbre y acomodarla resignadamente a nuestro lado, sin rebelarnos ante el efímero paso que damos por este mundo, sabiendo que la parca impondrá su negra voluntad a nuestra inalcanzable aspiración de eternidad.
Un nuevo manotazo, - lejano, pero certero -, ha hecho rodar a muchos por el suelo desesperanzados, ante la inesperada huida de quien estimuló el ánimo de los inconformistas con reflexiones cargadas de afecto, generosidad, cordura y solidaridad, que pincelaron de certidumbre la incredulidad de los peregrinos que caminan hacia la paz y la concordia.
Fue Galeano hombre de bien, y seguirá siendo uruguayo universal. Ha sido en su caminar por la tierra viajero incansable por encima de la miseria, y seguirá peregrinando en la memoria colectiva y en las páginas de los libros, anunciando resurrecciones. Quiso ser profeta en su patria sin propósito de enmienda y sus predicciones alcanzaron todas las latitudes.
Recordemos que fue censurado por abrir las venas de América Latina, pero también que desgarró los corazones solidarios del mundo. Tuvo memoria para el fuego, y fortaleza de coraza para luchar pacíficamente contra la injusticia. Hizo arder las piedras con voz templada y eterna, viviendo la aventura de los dioses jóvenes.
Murió Eduardo sin concluir el eterno libro de los abrazos, porque fue incansable en su empeño por estrechar amigos y enlazar enemigos, con afanoso celo en su interminable caminar hacia la paz y la concordia, durante los setenta y cuatro años de vida que habitó entre nosotros, haciendo carne el verbo.
El café Brasilero del casco viejo de Montevideo donde derramó horas con Benedetti y Arana, está cerrado por defunción de un sanador social que allí detuvo sus pasos, parando el tiempo en los relojes y haciendo de los veladores montes de Tabor donde se agrupaban los buscadores de esperanza.