OPINIóN
Actualizado 19/04/2015
José Luis Puerto

El próximo 23 recibe el Premio de las Letras de Castilla y León (Fue Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, con 'De atardecida, cielos')

La de Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) es una poesía de altura, de meseta, de perspectivas amplias, de aires diáfanos, pese a que atiende de continuo lo pequeño, para extraer de ello esa sorpresa que habita siempre en el alma de lo más humilde.

            Él mismo habla, en uno de sus más tempranos libros de poemas, Anagnórisis (1995, por el que obtuviera el premio "Gerardo Diego" 1994, de la Diputación soriana), de "esta levedad / que da la altura, donde pasta el silencio", que es un buen enunciado sobre su modo de decir, sobre su propia poesía.

            Pero la mirada poética de Fermín Herrero se ha ido perfilando a lo largo de sus distintas entregas, de sus distintos libros, desde un decir inicial ?el de sus primeros libros- en el que había acarreos de distintas tradiciones y materiales poéticos, hasta otro ya más maduro ?el de sus últimos años, el de hoy- en el que es totalmente reconocible su voz y su mundo.

            Es como si la lente de su mirada se hubiera ido enfocando poco a poco, de modo imperceptible, hasta alcanzar una nitidez, una exactitud muy ascentuadas, fruto, sin duda, de una mirada atenta a ese mundo natural y a ese acontecer humano que habita e ilumina tal mundo.

            En la poesía de Fermín Herrero, hay, de continuo, una metafísica del paisaje, de la naturaleza, de las estaciones, de las luces, de los fenómenos atmosféricos?, pues el poeta parte de ellos para trascender su mero ser captados y advertirnos otra cosa que se esconde tras la retama, las zarzas, la espina del endrino, el agua, los montes, el dilatado espacio? y llevarnos a otros territorios más allá de lo meramente sensorial. El poeta parte de lo sensorial para trascenderlo y convertirlo en metafísica, en atmósfera, en una suerte de símbolo que nos revele algo distinto y más alto ("y me dejo llevar, desnudo, / hacia la nada, de donde emanan los sentidos, / pues mi sed se convierte en manantial / perdido en el rumor de la hojarasca.")

            Un procedimiento estilístico no poco frecuente en la poesía de Fermín, que afecta tanto a su ritmo como a sus significaciones, es el del encabalgamiento. Es como si el poeta pusiera, a través de él, un pie en lo sensorial, en lo perceptible, y el otro en esa segunda realidad mucho más difícil de captar y de percibir.

            La poesía se Fermín Herrero, aparentemente sobria, esencial, que se ha ido despojando de distintos acarreos retóricos (ese ir enfocando la lente de su mirada, de que hablábamos), es una poesía marcada también por la fecundidad, con una serie ya larga de títulos (desde, por ejemplo, Echarse al monte, que fuera, en su momento premio "Hiperión", hasta La gratitud, por el que obtuviera el último premio "Gil de Biedma" y el de la crítica de Castilla y León); y esto por un motivo que nos parece importante: para el poeta el acto de crear es como una suerte de diario de la propia vida psíquica, es una verbalización de la misma, de ahí que el hecho de la creación poética no sea algo meramente ocasional en él, sino una necesidad continua de dejar constancia de una mirada atenta al mundo, al paisaje, al territorio del origen, pero contemplado y sentido desde el propio acontecer vital.

            Fermín Herrero ha sido galardonado con el Premio Castilla y León de las Letras 2014. Recibirá el premio dentro de unos días, el 23 de abril, fiesta de nuestra comunidad autónoma. Es un premio que señala a un escritor que sabe ser fiel a su mundo y que nos lo entrega a todos con un fulgor verbal luminoso, sobrio, meditativo e íntimo. Es un premio que señala a un escritor verdadero, por el que debemos felicitarnos todos.

Fotos: Abc y Diputación de Segovia

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