OPINIóN
Actualizado 18/04/2015
Ángel de Arriba Sánchez

Homenaje a Gabriel García Márquez en el primer aniversario de su muerte

 

En mi caso aquel día fue el 4 de mayo de 1985, cuando adquirí en una de las casetas que en la Plaza Mayor de Salamanca formaban la Feria del Libro,mi primer ejemplar de "Cien años de soledad".

Mi vida por entonces moceaba. No hacía mucho que había llegado del pueblo a la ciudad en un destartalado coche de línea. Venía de la Sierra de Francia, de la villa de Sequeros, para dar señas que nadie me ha pedido, pero que me place dar, donde había pasado mi infancia. Desde la madrugada hasta iniciada la tarde trabajaba en un mesón que había, y hay, también en La Plaza Mayor de nuestra ciudad, y luego, acudía a sacarme el bachillerato en las clases nocturnas del Instituto "Fray Luis de León", que entonces eran las afueras de la ciudad, allá donde un meditabundo camino acercaba entre eriales al cementerio.

Compartía un piso con otros cinco estudiantes por la zona del Barrio del Oeste donde ya había un bar de mucho ambiente llamado "Macondo".

Pero de Gabriel Gracía Márquez nada sabía, o casi nada, porque acaso algún transistor de frecuencia poco modulada, o un rasposo aparato de televisón vespertina, me hubiese dado la noticia de su Nobel. Pero, es que por entonces, yo andaba engolfado por las gozosas tierras movedizas de la poesía: de Federico, de Machado, de Ocatvio Paz, y, sobre todo, de Neruda.

Y para mí los tochos de prosa eran eso: algo prosáico.Y acaso fuera también porque el verso me encendía más la sangre, o porque la lira era más solícita para encendérsela a las  que conseguía llevar a mi solitario cuarto de alquiler; resultaba que en las aguas de las novelas era yo poco de zambullirme.

Y adquirí aquel libro que mis gustos cambió.

Hay días, os lo voy a confesar ya que estamos en confidencias,  en que me siento en uno de los bancos de la Plaza, y no veo la hermosura de la piedra que aquí es tan fácil de ver, si no un librito dorado, el número 100 de la Selección Austral de Espasa Calpe que un día de mayo adquiriera.

Y entonces sé que la ilusión, gracias a las letras, siempre tiene una segunda oportunidad sobre la tierra.  

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