OPINIóN
Actualizado 15/04/2015
Mª del Carmen Prada Alonso

Brilló la manzana en el Edén. Eva miró a los ojos a Adán y juntos avanzaron hacia el árbol.

-Ahora me toca a mí-dijo ella- levantaremos el lastre de mis pies y arrancaremos de mi cabeza la corona de la esclavitud. Compartiremos en nuestras manos la espada del poder que hasta ahora sólo tu brazo ha manejado, y juntos despejaremos con ella los caminos de nuestra vida. Echaremos a volar el lienzo que cubre mis ojos para que nuestras miradas viajen unidas y descubran los horizontes que el futuro nos haga explorar. Nunca más estaré detrás del cuerpo que lleva el escudo y la lanza, sino al lado. Las cargas que doblan mi espalda y los frutos que ensanchan mi vientre, formarán ariete con el que los dos abriremos los muros del destino.

Levantaron los dos sus manos entrelazadas, juntos arrancaron la manzana del árbol y juntos la comieron.

Cuando salían del Paraíso, Adán y Eva se miraron fijamente a los ojos y sonrieron.

Y dicen que Dios también sonrió.

 

Así debió ser, y no como fue.

Y es que parece ser que mientras Adán vivió solo, no cayó en tentación alguna. Pero fue llegada Eva y con ella llegaron todos los males, y no ya para ellos mismos, sino para todos sus descendientes y para todos los tiempos.

Esta estigmatización del género femenino nos vino dada, pues, en la mismísima Biblia, y desde entonces la mujer ha cargado con el peso de todos los castigos, empezando por el de parir con dolor y acabando con el soportar el abuso de la superioridad del hombre.

Mal remedio tiene aquello que nace con tan hondas raíces, porque aunque ya se va generalizando la igualdad y liberando a las mujeres de la pesada carga de la maldición de tantos siglos, aún quedan en el mundo muchos países en los que todavía no se ha salido del primer renglón de la Biblia respecto a la mujer y de ello , desgraciadamente, tenemos constancia a diario.

Mientras sigamos viendo como las mujeres sufren mutilaciones, esclavitud, abusos, y todo tipo de barbaries, sea en el rincón del mundo que sea, no debemos festejar ningún avance, porque seguimos atascados en ese duro camino de la consecución de la igualdad de la mujer y no tenemos derecho a celebrar nada mientras millones de mujeres sufren tales atrocidades.

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