OPINIóN
Actualizado 14/04/2015
Joaquín Araújo

Sea cual sea la edad de los habitantes de la primavera, se sienten, nos sentimos jóvenes. Y como casi todo está renovándose, las plantas, los animales, los veneros y hasta la agudeza de nuestras miradas, comprendemos que abrirse en abril es una de las mejores actitudes.


Decíamos del mes pasado que lo morado, lo malva y lo violeta acaparaba los aires bajos.

Este mes tiene una clara tendencia al amarillo, al menos en los espacios más representativos de una península que tiene la suerte de ser muchos mundos al mismo tiempo.


Del gualdear de la vegetación son responsables algunas leguminosas silvestres como retamas, carquesias y varios de nuestros viejos amigos, los árboles de la familia de los Quercus, es decir, encinas, quejigos y alcornoques. Cada inflorescencia masculina de estos últimos es como un racimo de oro, como el más elegante pendiente en la oreja más hermosa.


Tumultuosas razzias que mil zumbidos diferentes anuncian, si bien mirado es otra caricia con que la vida de lo verde obsequia a la vida animal. Tan incansables como inclasificables son las variedades de abejas, avispas, abejorros, mariposas, moscas, mosquitos, escarabajos, que transitan la floración abrileña

La competencia a tanto amarillo llega de la mano del blanco: hay una monumental erección de flores de este color en los extremos de gamones o asfódelos, cicutas de manantial, espinos y majuelos; también de ciertos árboles domesticados como el membrillo, el guindo de las montañas y algunos tréboles. Linos, peonías y malvas complican la gama cromática. A tan vastos, bellos y además gratuitos supermercados acude en masa y en desorden la interminable nación de los libadores, polinívoros, nectarívoros, petalóvoros... Decenas de insectos veremos a menudo en cada mata.

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