OPINIóN
Actualizado 12/04/2015
Asprodes

Repiqueto de martillos sobre cinceles y golpes de badajos en las campanas, fueron música acompañante de canteros en el milagro de la monumentalidad salmantina.

Se siguen construyendo en Salamanca edificios con piedra arenisca villamayorensa de las canteras armuñesas, que convierte las fachadas en sueño de oro cuando el sol descansa sobre ellas, alumbrándolas con fuego crepuscular que deslumbra a nativos y foráneos por su ardiente belleza.

Piedra de miel que monumentaliza el paisaje urbano convirtiendo la ciudad en un museo al aire libre, como saben quienes de la apacibilidad de su vivienda han gustado. Piedra que se dora a la caricia del Sol y refulge como oro viejo entre las empedradas calles, como gran cirio ardiendo en constante vigilia de belleza singular.

Con esta piedra hicieron los canteros medievales el milagro de las formas que hoy admiramos en las catedrales, universidad, iglesias y conventos, campanilleando todo el día con sus golpes sobre el cincel mientras la piedra que quejaba de los arañazos cuando los escultores raspaban la húmeda arenisca con cepillos de cerdas metálicas para dominarla y hacerla hablar en los sillares que vestirían más tarde de oro los monumentos de la ciudad.

Entre los primeros artistas cabe destacar a Machín de Sarasola, un cantero que realizaba su trabajo con una sabiduría, agilidad y estilo dignos de admiración por quienes acudían a verle labrar la piedra en jornadas interminables que comenzaba una hora después de la salida del Sol y terminaba una hora antes del ocaso, tanto en invierno como en verano.

Se confundía el repiqueteo de cinceles y martillos con el toque de las campanas que volteaban en sus espadañas cada mediodía, llamando a rezar el ángelus a todos los salmantinos, y se mezclaba también con las campanadas del reloj de la Universidad que llamaba a los alumnos a la hora prima y a vísperas, por si algún estudiante se despistaba.

Eran las campanas fieles vigías y pregoneras que anunciaban eventos de interés ciudadano con diferentes toques, bien conocidos por toda la población. Proclamaban bodas, bautizos, defunciones, visitas importantes, incendios, tormentas y excomuniones. Comenzaba a tocar la mayor de la catedral y a ella se unían con el mismo repique los diferentes campanarios de la ciudad.

Entre golpes de badajo y martilleo de canteros, caminaban los estudiantes con sus cartapacios de la mano, en continuas idas y venidas a las Escuelas, sabiendo que aquellos bloques rescatados de las entrañas de la tierra, formarían parte, en pocos meses, de la historia de la ciudad, porque sin esa arenisca moldeable, de grano fino, no sería posible la belleza y personalidad incomparable de nuestra querida ciudad.

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