OPINIóN
Actualizado 11/04/2015
I. R.

A esas alturas de la película, cuando los espectadores están viendo la famosa carrera de cuadrigas entre Mesala y Judá Ben-Hur, no vamos a descubrir que aquélla sincera y noble amistad que fraguaron de niños los protagonistas, se había convertido en odio irreconciliable; y el causante, el poder político que todo lo corrompe. "O estás conmigo o estás contra mí", en el sometimiento del pueblo de Judea por parte de Roma, decía el tribuno Messala al judío Ben-Hur. De la misma manera que a la gente que conoce mis inquietudes personales y sociales y mis ideas políticas progresistas, no la sorprenderé si confieso que tengo "alma republicana". Esa opción (tan legítima como otras) no me impide ver que en nuestra reciente historia política, la Corona ha jugado un papel importante, tanto en la transición política de la dictadura franquista a la democracia, como en la consolidación del Estado de Derecho Constitucional que afortunadamente disfrutamos los españoles.

Pero ello no es obstáculo para que hoy mi pluma escriba empapada de emoción ante la llegada de un nuevo aniversario (14 de abril) de la proclamación de la Segunda República, que tuvo lugar en 1931. Los detractores de aquella nueva forma de gobierno insisten en que no se implantó democráticamente porque, si bien en las elecciones municipales celebradas dos días antes triunfaron las candidaturas republicano-socialistas en 41 de las 50 capitales de provincia españolas, en las zonas rurales se impusieron los monárquicos (razón por la que en total hubiera en España más concejales monárquicos que republicanos). Pero estaba claro que allí donde el voto fue más libre (ciudades) la victoria fue para los partidarios de la República (en Madrid los apoyos a las candidaturas republicanas triplicaron a los de las monárquicas y en Barcelona las cuadriplicaron). En las zonas rurales, el analfabetismo, la ignorancia sobre los ideales democráticos, el miedo y el caciquismo, se encargaron de garantizar el triunfo monárquico. Además, el negativo precedente del apoyo del Rey Alfonso XIII a la dictadura de Primo de Rivera, provocó que intelectuales de distinto color político (liberales, progresistas y conservadores), se reunieran meses antes (el 17 de agosto de 1930) para impulsar el fin de la Monarquía en lo que se denominó Pacto de San Sebastián (participaron personajes tan relevantes como Azaña, Lerroux, Maura, Prieto, Alcalá Zamora, Ortega y Gasset o Álvaro de Albornoz).

Y es motivo de recordar que en este ilusionante periodo republicano se sentaron las bases de lo que tuvo que ser España y no fue: una de las primeras potencias económicas y culturales del mundo. Se aprobó una Constitución política que consagraba  derechos fundamentales, civiles, políticos, sociales y económicos a los ciudadanos. Durante ese periodo se construyeron miles de escuelas que pretendían sacar a España del rincón impío de la ignorancia y se impulsó una ambiciosa reforma agraria que distribuyera mejor la tierra y corrigiera los graves desequilibrios económicos que había en las zonas rurales, dominada hasta entonces por señoritos y caciques.

También, como no, en la República se cometieron gravísimos errores, entre los que destacaron la infame persecución religiosa por grupos de desalmados (no apoyados por las autoridades republicanas) que aprovecharon la proclamación de la libertad religiosa y la laicidad del estado para quemar conventos y asesinar a curas y monjas. Por eso, algunos intelectuales como Unamuno salieron a la calle apoyando en un primer momento la sublevación militar de Mola, Sanjurjo y Franco, creyendo que tan solo era una corrección de los desmanes cometidos, aunque, inmediatamente, se dio cuenta que a España la invadía una "epidemia de locura" y que los golpistas eran unos salvajes. Es cierto que, en la guerra, se cometieron barbaridades en los dos bandos (matanza de Paracuellos o Badajoz, bombardeo de Guernica), pero la venganza de los vencedores hacia los vencidos, ya en tiempo de paz, fue de una brutalidad cainita inigualable (fusilados, exiliados que luego acabaron en campos de concentración nazi como Mauthausen, sin que las autoridades del franquismo lo impidieran, sino todo lo contrario).

La derrota de la República trajo consigo el entierro del progreso de España y el desgarrador lamento de millones de personas que tanta ilusión y esperanza tenían puestas en ella. "Estos días azules y este sol de mi infancia", encontraron escrito en un papel que estaba en el bolsillo del abrigo de Machado cuando murió en Colliure, invadido por la tristeza. Incluso el Quijote, cuando fue derrotado en Barcelona por el caballero de la Blanca Luna (en los pasajes finales de la obra Cervantina), se convirtió en símbolo de aquéllos que habían luchado por unos ideales justos y a los que sólo les quedaba el dolor de la tragedia, recordando el poema de León Felipe "Vencidos", del que transcribo estos versos:

"Por la manchega llanurase vuelve a ver la figurade Don Quijote pasar.Va cargado de amargura,va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.¿Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,en horas de desaliento así te miro pasar!¡Y cuantas veces grito: hazme un sitio en tu monturay llévame a tu lugar;hazme un sitio en tu montura,caballero derrotado, hazme un sitio en tu monturaque yo también voy cargadode amarguray no puedo batallar!"

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