OPINIóN
Actualizado 11/04/2015
Manuel Lamas

En ocasiones, tratamos de cubrir las carencias de conocimiento con ideas de diversos autores. Pero nadie puede satisfacer esa de necesidad bebiendo de una sola fuente. De la misma forma que, el oro, se encuentra fragmentado y perdido en las entrañas de la tierra, para cuya extracción hay que mover toneladas de materia; así, el conocimiento que buscamos, no lo encontraremos con facilidad. Hemos de beber de aquí y de allá y seguir un largo proceso de asimilación para que nuestro aprendizaje sea efectivo.

Ese autor que buscamos sobre las baldas de las bibliotecas, quizá no se encuentre en ese lugar. Es posible que lo descubramos en un viandante que acusa las mismas carencias que nosotros y que no tiene inconveniente en cedernos unos minutos de su tiempo.

Puede ser también la madre apresurada, curtida en el esfuerzo, quien nos diga a través de su ejemplo, como hemos de proceder en esas ocasiones en que parece que todas las puertas se cierran. Ella, derrama generosamente su esfuerzo y su tiempo sobre los suyos sin la menor sensación de fracaso. Hay que hacer una lectura puntual de esas actitudes y quizá descubramos nuevas formas para abordar la propia realidad.

Ese escritor que intuimos impecable y ajustando a nuestra esfera intelectual, nunca tendrá la capacidad de llenar nuestros vacíos. Pues no es solo conocimiento lo que buscamos; también necesitamos afectos, aprobación de lo que hacemos y, sobre todo, sana compañía mientras apuramos el camino de la vida.

De manera que, nadie puede enseñarnos a vivir, si no analizamos, en cada  momento, el escenario donde transcurre nuestro tiempo. Es en ese ámbito donde advertimos que no es necesario buscar fuera lo que tenemos tan cerca. Puede que se encuentre como un puzle desordenado que tenemos que recomponer. Solo necesitamos reflexión y tiempo para que encajen las piezas.

Quizá no ganemos la carrera pero, al menos, cruzaremos la meta. Emular el comportamiento ajeno es la forma más segura  de empobrecer la propia condición. Cierto que aprendemos de quienes nos han precedido, pero solo aprovecharemos su legado si lo consideramos  un complemento que hemos de sumar a los resultados del propio esfuerzo.

Evidentemente, el hombre no ha nacido para imitar a sus semejantes. Somos protagonistas de la propia existencia. Pero, vivir, exige mucho esfuerzo y no todos  están dispuestos a trabajar. Por eso la mayoría, sigue los criterios de quienes les dirigen, aunque estén equivocados.

Vivir en primera persona, exige reflexión y destreza en aplicar lo que aprendemos sobre la vida. Y, como esos polluelos que abandonarán el nido suficientemente adiestrados, tenemos que ser autónomos y conquistar la posibilidad de vivir, plenamente, el tiempo que tenemos asignado.

 

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