OPINIóN
Actualizado 10/04/2015
Marta Ferreira

Abril huele a vida, más si, como este año, sabe a primavera y no a invierno prolongado. Hay meses mejores que otros, aunque todos pueden ser buenos si en ellos nos ocurren cosas que mejoran nuestra vida, es decir, que nos traen felicidad, pues para eso venimos a este mundo. Pero en cualquier caso, a mí abril me dice más que los otros once meses del año, no sé si porque nací en él o porque en él los días se hacen mucho más largos con la luz que nos trae, luz de primavera, fresca, distinta que la luz del verano, tan excesiva, o la melancólica luz del otoño: la luz de abril es estimulante, nos dice que la vida vuelve a nacer con vigor y eso produce esperanza, la única cualidad necesaria para seguir existiendo.

También abril huele diferente y su perfume es fragante. Cuando me levanto cada mañana y respiro el primer aire de la calle, mis pulmones se inundan de optimismo, y me digo a mí misma: ¡qué bien huele abril! En los escasos días que puedo, prolongo mis paseos inhalando ese aire que me transmite frescor y despeja mi mente como en ninguna otra época del año. Y confieso abiertamente que entonces pienso qué agradable sería la vida si todo el año fuese abril, aunque también reconozco que enseguida me arrepiento porque si merece la pena estar aquí es, entre otras cosas, por la diversidad, también del clima: esa luz y ese aire que trae abril perderían su impetuoso sentido si siempre fuera igual. Cuando se avecina el final del invierno, espero su llegada expectante, como si fuera la primera vez, y eso agranda el gozo, y cuando le he perdido la pista en la proximidad del verano, lo recuerdo con nostalgia y espero reencontrarme con él un año más tarde.

Sí, abril es distinto que los otros meses. Lástima que en Salamanca tengamos pocos abriles primaverales, como este que acabamos de estrenar, pero cuando se produce el milagro la maravilla tiene lugar: un abril que hace honor a la primavera, la estación de la vida. En abril merece la pena enamorarse y sentir que todo empieza y que todo es posible, también ser feliz. No, no son indiferentes los meses, los hay tristones como noviembre, agobiantes como agosto, depresivos como enero: el tiempo, la luz, el clima, acompañan nuestras mínimas vidas y las aúpan o las  engullen, las expanden o las aplanan. Y cuando llega abril, si viene bueno, todas las mejores expectativas se cumplen, y te echas a la calle con ganas de apurar el tiempo como si fuera el último de tu vida, bebiéndolo  a borbotones.

Cuando cada año llega abril, me felicito por estar viva. Sé que siempre es un privilegio disponer de la oportunidad de ser tú misma y no una molécula en el caos del universo, pero cuando lo siento más vívidamente es en este mes. Me lo repito constantemente: qué suerte tienes de estar aquí y ahora. Y veo la luz y respiro el aire y disfruto de su clima, y comprendo entonces que la experiencia de vivir puede suponer algo que no tiene traducción en palabras, siempre insuficientes, porque va más allá. Es entonces cuando sé qué bello es vivir.

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