OPINIóN
Actualizado 08/04/2015
José Luis Puerto

Hay un modo antropológico y simbólico de entender e interpretar los ritos de la Semana Santa y Pascua, a los que compulsivamente nos entregamos, sobre todo porque son días vacacionales, que convendría tener en cuenta.


Con la pasión y muerte de Cristo, estaríamos ritualizando la finalización del tiempo viejo, del que tenemos necesidad de deshacernos; la pascua de resurrección supondría la renovación del tiempo, la instauración de ese tiempo nuevo, tan necesario para la vida tanto individual de cada uno, como para la de la sociedad entera.
Este delicioso tiempo de inicios de primavera que estamos teniendo, y que nosotros estamos pasando en la deliciosa Sierra de Francia, cuyos pueblos recorremos, en busca de leyendas, de tradiciones orales, de datos sobre el antiguo teatro popular?, nos está mostrando en todo su esplendor esa renovación del mundo natural que, tras la desnudez del invierno, vuelve a vestirse con sus mejores galas.


Los matorrales floridos, a través de sus distintas plantas, suponen un continuo regalo para los gozos de la vista: los brezos, con sus intensas floraciones, amoratan los montes, los visten casi de nazarenos; las escobas van mostrando, según sean los tipos, sus flores amarillas (los portugueses las llaman "flor de mayo") o sus más delicadas flores blancas; el cantueso o tomillo morado ya está florido en la Sierra Baja; las jaras se muestran esplendorosas con sus sedosas flores blancas de cinco pétalos y una mancha amoratada en cada uno de ellos, de ahí que las gentes serranas las llamen, con una imagen religiosa muy del tiempo, "las cinco llagas" de Cristo crucificado, claro está; las plantas de las hojas de la plata nos hablan sin cesar, junto a las carreteras y caminos, con sus delicados matices liláceos.


Desde el Robledo de Sequeros, mirador incomparable de la Sierra, contemplábamos todo ese esplendor naciente de las laderas de los montes serranos, con sus distintos matices de verdes nuevos que pueblan las laderas por aquí y por allá. Los cerezos en flor nos hablan en silencio de ese tiempo que estamos estrenando y en el que nos podemos y debemos renovar.


Tiempo gozoso de resurrección, tiempo de celebrar todo lo que nos espera, lo que ha de venir; renacimiento de la vegetación con lentitud y mimo, con esa delicadeza que lo paradisíaco tiene.


En la Sierra de Francia, para simbolizar el tiempo viejo al que se da por muerto, se realizaban peleles con ropas viejas, a los que se daba el nombre de Judas o "Juita". En Sotoserrano, se ha realizado hasta hace muy poco. En La Alberca, el pelele de "Juita", se colgaba con una soga de la torre y los muchachos le tiraban piedras y le lanzaban insultos con esta deliciosa formulilla rimada: "Juita Iscariote, / mató a su padre / con un garrote / y a su madre / con una espada / y luego dijo / que no era nada." Y, cuando llegaba el final de la Semana Santa, se hacía descolgar de la torre y los muchachos lo llevaban al cauce del río próximo de La Puente, para que "Juita" (simbolización del tiempo viejo) se lo llevaran las aguas río abajo.


Resurrección. Nos viene un tiempo nuevo, vegetal, animal y humano, en todos los órdenes, que nos invita a renovarnos, a dejar atrás lo viejo y desgastado para que doto vuelva a investirse con los ropajes de la renovación. Acaso, en estos meses próximos, como sociedad, también comencemos a vivir experiencias colectivas de cambio. Dependerá de todos.

 

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