Cunde y expande la floración con tonos predominantemente blancos que nos ofrecen asfódelos, manzanos, piruétanos, espinos y majuelos. Ya están a la vista la mayoría de los reptiles.
Salen de sus resquicios en busca de calor que los haga activos culebras, lagartos, víboras y lagartijas. Y nacen los zorros, los lirones caretos, más conejos.
Miriadas de insectos, aunque algo menos numerosos que las flores. A las que ondean desde hace un mes, o más, se suman el prolífico rabanillo silvestre, las jaras, y esa gama de amarillos casi violentos que acompaña a las más rústicas de las leguminosas, las retamas negras, las carquesias y los tojos o argomas allá en el Norte.
Abril es también un mes comadrón. Paren ahora las hembras de mamíferos tan simbólicos como el lobo y el ciervo, el corzo y el jabalí, la nutria y la comadreja. Todo ello casi imposible de contemplar, y todavía más lo que en la secretísima hura del conejo, el lirón o los ratones y topillos está pasando. Pero a donde la imagen directa no llega que llegue la imaginación. Porque, ¿será cierto todo esto que pasa en abril?
El abril ornitológico es dulce mezcla, una nueva caricia de plumas y cantos, de ilusiones y construcciones, de músicas y de los silencios que lo hacen posible.